Artículo de Jordi Nieva-Fenoll

Una policiaca, una de juicios

Algunas películas se dedican a descubrir las argucias de los abogados –no se pierdan 'Anatomía de un asesinato'– o los terribles defectos del jurado frente a un abogado honrado –no dejen de ver hoy mismo 'Matar a un ruiseñor'–

Gregory Peck, en un fotograma de la versión cinematográfica de 'Matar a un ruiseñor'.

Gregory Peck, en un fotograma de la versión cinematográfica de 'Matar a un ruiseñor'. / periodico

Jordi Nieva-Fenoll

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La literatura y el cine de relatos policíacos o de procesos judiciales ha sido un auténtico filón artístico. No en vano la más célebre invención del fin de nuestros días describe nada menos que un juicio, aunque ello tiene otras interesantes raíces antropológicas ancestrales. Sea como fuere, el proceso atrae a la gente, quizá tanto como las investigaciones policíacas.

En el fondo, las ganas de descubrir la verdad de un crimen y que se “haga justicia” también es algo que pertenece a nuestra cultura. Tal era la necesidad de resolver esas incógnitas que antiguamente, cuando resultaba imposible el descubrimiento de la verdad escuchando a los posibles implicados, se apelaba a la divinidad a través de la llamada ordalía. Era todo tan burdo como someter a una prueba habitualmente bestial al sospechoso para descubrir su sinceridad. Por ejemplo, se le hacía poner la mano en el fuego –de ahí la expresión–, y si al cabo de unos días padecía heridas graves, era condenado a muerte si la septicemia no había hecho antes su labor. Dios había hablado disponiendo la vida o la muerte y el pueblo creía que ese era su veredicto. Se utilizaba ese recurso siempre que la gente quería tranquilizar su conciencia frente lo desconocido.

Se sigue haciendo, y no solamente en forma de supersticiones, amuletos y demás parafernalia paranormal, sino que está dispuesto en las leyes. Incomprensiblemente seguimos conservando los juramentos y las promesas, que es lo que ha quedado de esas antiguas ordalías, y todavía demasiados piensan que los “jurados” –de ahí su nombre– pueden determinar la verdad de unos hechos observando una especie de 'show' preparado por abogados y fiscales que no está enfocado al descubrimiento de la verdad, sino a hacer pasar por mentirosos a los testigos o peritos presentados por la parte contraria. Aunque esos declarantes sean las personas más honestas de este mundo, en manos de un abogado desalmado o fiscal se pueden transformar en peleles que parezca que estén mintiendo. Al fin y al cabo, dicen algunos –yo no– que la misión de los abogados no es el descubrimiento de la verdad, sino la defensa de su cliente. Diferente es la misión de los fiscales, que sí está inequívocamente orientada a la verdad, aunque a veces parezcan ignorarlo.

Algunas películas se dedican a descubrir esas argucias de abogados –no se pierdan 'Anatomía de un asesinato'– o los terribles defectos del jurado frente a un abogado honrado –no dejen de ver hoy mismo 'Matar a un ruiseñor'–, pero otras elaboran un relato apologético del jurado que resulta simplemente increíble –repasen la favorita de muchos 'Doce hombres sin piedad'–, o bien que realizan una loa al espectáculo al que antes me refería, como si fusilar a preguntas a un reo o a un testigo fuera una manera de obtener la verdad. Antes de ver 'Algunos hombres buenos', intenten leer algún libro de Psicología del testimonio, y verán no solamente que no se consigue nada acosando a un testigo, sino que observar su gestualidad, al contrario de lo que muy probablemente piensan, es absurdo. Igual que los detectores de mentiras, cuya eficacia es idéntica a la del jarabe 'crecepelo' de los 'westerns'.

Con todo, el auténtico problema son las películas policíacas. Directamente se suele alabar a los policías que vulneran derechos fundamentales, es decir, que torturan, que engañan a los reos en los interrogatorios, que entran en lugares cerrados sin autorización judicial, que falsean pruebas para atrapar al supuesto “auténtico” culpable o que hacen chanza del maltrato a los detenidos, o los ejecutan extrajudicialmente. Esas películas, tanto más seguidas cuanto más violentas son, no serían preocupantes si no crearan una conciencia en la sociedad que también se traslada a los policías. Algún día llegará en que algún guionista decidirá contar que toda esa basura no sirve para atrapar a “los malos”, sino a los que la policía concibe puntualmente como enemigos, engañando –a veces con su colaboración– a jueces y fiscales.

Es la negación del Derecho. Si quieren saber lo que es realmente y cómo posibilita nuestra existencia en libertad, vean 'El hombre que mató a Liberty Valance'. No, no es realmente un 'western'. En realidad, si entienden su esencia, verán que es todo lo contrario. Disfrútenla.

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