Artículo de Sergi Sol

Rehuir los extremos

Si se cede ante los radicales siempre se está mucho más cerca de ellos y mucho más lejos del consenso y de soluciones prácticas

Archivo - Fachada del Palacio de Justicia de Catalunya, sede del TSJC y de la Audiencia de Barcelona.

Archivo - Fachada del Palacio de Justicia de Catalunya, sede del TSJC y de la Audiencia de Barcelona. / DAVID ZORRAKINO - EUROPA PRESS - Archivo

Sergi Sol

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La decapitación de Paz Esteban, directora del CNI, podría parecer que iba de nuevo a relajar los ánimos cuando ya arrecia otro frente de tormentas. La resolución judicial imponiendo un mínimo de un 25 por ciento de castellano amenaza con reabrir otro frente de conflictos y desavenencias. Cabe preguntarse con qué competencia educativa y criterio cuenta el Tribunal. ¿Por qué 25 y no 50 por ejemplo? 

Pero la cuestión ya no es que unos jueces pretendan decidir en qué idioma se dan clases a demanda de parte y con un evidente sesgo ideológico, que ya de por sí es muy revelador de por donde van los tiros.

La cuestión es el lío que se avecina y cómo alimenta las tesis de aquellos a quienes importa un comino la competencia lingüística de los escolares con la que deberían acabar su recorrido escolar: con un buen dominio de catalán y castellano, por lo menos. Y ojalá de una tercera lengua.

Y, a su vez, cómo jalea las tesis de los que más que promocionar el catalán parecería que quieren usarlo como instrumento de confrontación. El rechazo de los del (probable) tándem Borràs-Turull (aunque va a seguir liderando Puigdemont desde su Consell) al malogrado consenso alcanzado entre PSC, ERC, Junts y Comuns es el síntoma de una actitud que es claramente rehén de la pulsión más radicalizada del independentismo, aunque a menudo ese radicalismo es más estético que real, más de pose que de arremangarse.

El problema no es el 25 por ciento tampoco, el problema es si eso ayuda a mejorar en nada la solvencia lingüística de los escolares. Otrosí es la falacia de una inmersión que, en muchos centros educativos metropolitanos, no se cumple desde hace años con un resultado claro: muchos alumnos hablan un catalán muy deficiente. O lo escriben peor. Tal vez haya comarcas donde hay alumnos que deberían mejorar su competencia en castellano. Pero siempre en una proporción insignificante, frente a los que no dominan el catalán. 

Un puñado de tuits fueron suficientes para que los dirigentes de Junts renegaran de un consenso que, en sí mismo, ya era un valor y todo un aval a la inmersión. Pero siempre puede ir a peor, si el mundo que condiciona las decisiones de Junts logra arrastrar a los republicanos al mismo córner con el habitual discurso irredento. A los republicanos les ocurre a menudo lo mismo que a los socialistas frente a la derecha patriótica, la permeabilidad a sus críticas, por vaporosas y trasnochadas que estas sean. 

Si se cede ante los extremos siempre se está mucho más cerca de ellos y mucho más lejos del consenso y de soluciones prácticas. Cuando el PSOE cede -y lleva años cediendo- al patriotismo constitucionalista que pertrechó Aznar litiga en un terreno de juego donde siempre va a ser menos competitivo. Es lo mismo que le ocurre a los republicanos. Socialistas y republicanos están condenados a pelearse en Catalunya (como va a ocurrir en las municipales de mayo próximo) pero también deberían estar condenados a entenderse en grandes consensos de país. Si eso ocurre, ganamos todos. Empezando por el catalán. Por contra, cuando quienes imponen sus tesis son los extremos, perdemos todos, por mucho que algunos obtengan un rédito electoral. Y, por supuesto, pierde el catalán, su salud y su vitalidad.

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