Una frontera en Bàscara
Me gustaría que en España se tomara en serio a los catalanes, pero cada vez me resulta más difícil. Lo único bueno que saco es que me invitan a cañas pensando que soy chistoso
En una de aquellas manifestaciones a favor de implementar (¿recuerdan cómo se puso de moda ese verbo inane?) la república que se estilaban después del 1-O, cuando mucha gente ignoraba el engaño, tropecé en un bar con un exalcalde de Bàscara. Se hacía llenar de cerveza una garrafa de bastantes litros, para así acudir con más ánimos a reivindicar la republiqueta. No se lo tuve en cuenta, puesto que ya entonces estaba claro que sin unos cuantos litros de alcohol entre pecho y espalda, nadie en su sano juicio saldría a la calle a defender republiquetas imaginarias.
El pasado fin de semana, Bàscara se ha proclamado independiente. Como lo leen. Han colocado un remedo de aduana en la carretera que cruza el pueblo, y durante unos minutos han dado por hecho que ya no eran españoles. Hoy ya vuelven a serlo, por supuesto, pero que les quiten lo bailao. Les dio tiempo incluso a crear su propia moneda, el cat, con lo que algún turista angloparlante que por ahí pasó pensaría que en ese pueblo una barra de pan cuesta un gato y medio y una masía está en venta por 100.000 mininos.
La payasada me ha pillado en Madrid, donde al ‘procés’ catalán se le hace el mismo caso que al movimiento de liberación cherokee, si es que tal cosa existe. Aquí, ven las imágenes de unos paletos colocando una barrera en la carretera, se ríen un rato y a otra cosa, mariposa. Me huelo que, de tenerlos cerca, les lanzarían monedas. Cuando he intentado explicar a los parroquianos del bar donde me hallo que no se trata de una 'performance artística' que pretende poner de manifiesto la necesidad de un mundo sin fronteras, sino un intento de que todas las poblaciones de Catalunya hagan lo mismo hasta llegar a la liberación nacional y tener un concursante propio en Eurovisión, me han invitado a unas cañas y me han apremiado a que siga contando historias, hay que ver lo salados que son los catalanes. No los culpo, para ellos, ha sido como ver a los vecinos de un pueblo de Albacete declararse independientes.
Me gustaría que en España se tomara en serio a los catalanes, pero cada vez me resulta más difícil. Lo único bueno que saco es que me invitan a cañas pensando que soy chistoso. Aunque, mientras, supongo que en Bàscara siguen llenando garrafas de cerveza. O no se explica que sean tan cazurros.
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