Balance del conflicto
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Ucrania, una guerra estancada

Rusia no cejará en su empeño de hacerse con el Donbás y la costa del mar Negro, y cuanto más se alargue el conflicto, mayor será el peligro de fractura en la Unión Europea

Fosa común en Bucha, Ucrania

Fosa común en Bucha, Ucrania / DANIEL CENG SHOU-YI / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO

Al cumplirse 75 días del inicio de la guerra en Ucrania ni el más pesimista de los asesores de Vladimir Putin podía imaginar el empantanamiento de la operación militar especial en el campo de batalla y la repercusión de las sanciones en la economía rusa. El tenor de las celebraciones de este lunes en la plaza Roja para conmemorar la victoria soviética sobre la Alemania nazi, que debían tener el aire festivo por la culminación de la invasión de Ucrania en todos los frentes, podrá ser una exhibición de fuerza y de presentación de la última generación de ingenios nucleares, pero los mensajes concebidos para la ocasión por los responsables de la propaganda del Kremlin quedarán muy lejos de la realidad sobre el terreno. Nada ha salido como vislumbraron los estrategas rusos antes de dar la orden de ataque el 24 de febrero.

El cálculo de riesgos del presidente Putin incluyó una evaluación a la baja de la reacción de Occidente en cuanto se consumara la invasión. El precedente de 2014 –anexión de Crimea y apoyo militar ruso a la secesión del Donbás– indujo una previsión limitada del parte de daños económicos, pero la realidad es un bloqueo a gran escala del sistema financiero ruso, de los intereses de la mayoría de oligarcas y de sus entornos y del consumo interno. Porque la unidad de acción de Estados Unidos y los aliados de la OTAN se ha mantenido, con una implicación en aumento de Occidente en la guerra a través de la ayuda militar dispensada al presidente Volodimir Zelenski y de la acogida en territorio de la Unión Europea de millones de refugiados.

Bien es cierto que algunos de los efectos inmediatos de las sanciones económicas se han corregido –el rublo ha recuperado buena parte del valor perdido–, pero pende sobre el futuro de la economía rusa la amenaza de una cancelación por parte de los europeos de las importaciones de petróleo, muy improbables las de gas, cuya aprobación podría quebrar la unidad de los socios de la UE. En ese posible contexto es arriesgado predecir hasta qué punto desviar las exportaciones de energía a China podría paliar el efecto de la decisión de los europeos, habida cuenta el hecho de que es Europa el primer destino de las exportaciones y una excesiva decantación en favor de Rusia podría perjudicarlas.

Si en los cálculos iniciales de la invasión de Ucrania se preveía una guerra corta con el derrocamiento del presidente Zelenski y la instalación en Kiev de un Gobierno títere, sin grave riesgo de escalada, la resistencia ucraniana, asistida por Occidente, hace imposible imaginar un desenlace inmediato de la guerra. El conflicto se ha estancado, la dimensión humana de la matanza no deja de crecer y la devastación se hace visible en todas partes; el rastro dejado por una presunta guerra inteligente no es diferente al de cuantas guerras precedieron a la de Ucrania: un paisaje desolador y un recuento de bajas civiles siempre en aumento.

Las dos únicas certidumbres futuras son que Rusia no cejará en su empeño de hacerse con el Donbás y la costa del mar Negro, cueste lo que cueste, y que conforme se prolongue la crisis, mayor será el peligro de fractura en la Unión Europea, donde no solo Hungría arrastra los pies cada vez que hay que intensificar la presión sobre Rusia. Por no hablar del coste general de la crisis en Europa, que ha desbaratado todas las previsiones de crecimiento a la salida de la pandemia. El impacto de las sanciones impuestas a Rusia es enorme; el precio de la guerra para los europeos también lo es.