Opinión | QUEMAR DESPUÉS DE LEER

Laura Fernández

Laura Fernández

Escritora y periodista

Cazar un tesoro literario

Charlotte Brönte escribió a los 13 años un poemario con aspecto de valiosa miniatura. El diminuto manuscrito, confeccionado por ella misma, y rescatado hace un par de semanas por The Friends of the National Libraries, ha vuelto al lugar en el que fue concebido "para nadie", la casa familiar, ahora el Brontë Parsonage Museum.

ilustración quemar

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Cuando eran niñas, las hermanas Brönte, Charlotte, Emily y Anne, escribían historias que luego protagonizaban los muñecos soldado de su hermano Branwell. El propio Branwell también las escribía. Si se visita la casa en la que crecieron –una casa parroquial aislada, situada en mitad de Ninguna Parte, Yorkshire, conocida hoy como Brontë Parsonage Museum–, puede imaginárselas doblando las páginas que convertían en pequeños libros, libros tan pequeños como cartas de juego. Porque todo en esa casa sigue como lo dejaron, solo que en un tiempo desordenado, porque todo ocurre a la vez ahora que ya ha ocurrido. Hay cartas a medio escribir aquí, una taza de té allá, un periódico que tal vez el reverendo –y padre solitario, Patrick Brönte– leyó distraídamente una mañana. Hay tinteros, un sofá que es el sofá en el que murió Emily, y, desde hace apenas una semana, un diminuto original que es el diminuto original más caro de la historia.

La casa de un escritor o, en este caso, de una familia de escritoras, puede funcionar, si se la protege y se la cuida como se protege y cuida la casa de las Brönte, como lo haría un enorme rompecabezas que nunca deja de completarse, una memoria física, el lugar en el que el tiempo ha dejado de existir porque, todo, cualquier cosa, está a punto de volver a empezar. La vuelta a casa del diminuto original de Charlotte Brönte, un poemario titulado simplemente 'A Book of Rhymes', escrito y confeccionado por ella misma en 1829, esto es, cuando tenía 13 años, apunta en ese sentido. Desaparecido desde 1916, en realidad, en manos privadas desde entonces, el original era el único de la casi veintena de ese tipo de ejemplares que se sabe que Charlotte escribió y confeccionó para divertirse, que permanecía aún lejos de casa. La última vez que se lo había visto, se lo había visto en Nueva York. Se pagaron por él apenas 520 dólares en una subasta.

Cuando se supo que el original perdido, una miniatura de 10 por 6 centímetros, iba a ser la estrella de la Feria del Libro Antiguo de Nueva York este año –que tuvo lugar entre el 21 y el 24 de abril–, la organización benéfica dedicada a cazar tesoros literarios en el Reino Unido, algo llamado The Friends of the National Libraries (FNL), se puso manos a la obra. ¿El objetivo? Recaudar en tiempo récord el dinero suficiente para superar hasta la última puja y hacerse con 'A Book of Rhymes' para que ocupase su lugar entre el resto de minilibros de la propia Charlotte en el Brontë Parsonage Museum. Porque a eso lleva dedicándose la FNL desde que se fundó, en 1931: a rescatar tesoros literarios de Reino Unido. A cuidar, en definitiva, de esa memoria con aspecto de rompecabezas en marcha que es también la historia literaria de un lugar. ¿Consiguió el original de Brönte? Lo hizo, sí. ¿Que cuánto pagó por él? 1,25 millones de dólares.

Bronte

Las hermanas Brönte: Anne, Emily y Charlotte. Retrato pintado por Patrick Branwell Brönte. /

Tal cantidad es la mayor que se ha pagado jamás por un manuscrito tan minúsculo, y tan irónica y valerosamente adolescente. Lo que se lee en la primera página es el título, en letras de imprenta dibujadas por la propia Charlotte –incluso hay un error en su nombre, no se deja el suficiente espacio para incluir la letra a–, y la apostilla: 'Sold by Nobody and Printed by Herself', es decir, Vendido por Nadie, e impreso por ella misma. Contiene 10 poemas, evidentemente inéditos. De hecho, ni siquiera habían sido tenidos en cuenta como parte de la obra de Charlotte, pese a que, como recuerda Ann Dinsdale, una de las responsables de la casa museo de las Brönte, "se sabe que si algo quería Charlotte cuando empezó a escribir era ser poeta". "Envió versos en su momento a un reconocido poeta de la época, y le dijo que iba muy en serio", cuenda Dinsdale. Pero él, un hoy infinitamente menos recordado Robert Southey, no se lo tomó nada en serio.

"Le dijo que la literatura no era cosa de mujeres, y que no debía serlo", recordó Dinsdale en una entrevista hace no demasiado, mencionando la respuesta que le había dado el tal Southey. Southey murió cuatro años antes de que se publicase 'Jane Eyre', en 1847, y se quedó sin poder tragarse sus palabras. La novela, cima de la literatura universal, recogía, en palabras de la época recogidas por la ensayista Stevie Davies, el espíritu revolucionario del momento. En 1855, la 'Blackwood’s Edinburgh Magazine' relacionó las revoluciones europeas –en contra de la industrialización que abocaba al obrero a la pobreza y a mera condición de autómata– con Jane Eyre como expresión de las fuerzas de la anarquía social. Haciendo referencia a la pérdida del trono en Francia, aseguraba: "Esta es vuestra verdadera revolución: Francia es solo uno de los poderes occidentales, pero las mujeres constituyen la mitad del mundo".

Charlotte no hablaba de nadie más que de ella misma cuando escribió 'Jane Eyre' y, sin embargo, fue capaz de captar, desde su supuesto aislamiento en Haworth, la injusticia del momento porque ella también la padecía. Y porque, mirando hacia dentro, no hacía más que mirar hacia afuera. Lo curioso de los poemas encontrados es que tampoco hablan de lo que la rodeaba entonces, sino de todo lo que esperaba poder ver algún día. Del mundo ahí afuera. De hecho, el germen de la propia novela está en ellos y en las historias que escribía con sus hermanas cuando eran niñas. Las historias de los muñecos soldado de Branwell. Donde nacieron el reino imaginario de Angria y la Confederación de la Ciudad de Vidrio. Parte indispensable de la memoria que conserva la casa que les vio crecer, el lugar en el que todo está a punto de volver a empezar para siempre.

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