GOLPE FRANCO

Soy del Barça, ¿y qué?

Los jugadores del Real Madrid celebran llegar a la final de la Champions League tras el partido.

Los jugadores del Real Madrid celebran llegar a la final de la Champions League tras el partido. / REUTERS/Juan Medina

Juan Cruz

Juan Cruz

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Este miércoles el culé que les escribe estaba en el 24 horas del barcelonista gallego Xavier Fortes, pendiente de cómo fuera el Madrid-Manchester City. Fortes nos dijo que no le debíamos avanzar ningún resultado, así que ninguno de los presentes hizo alusión, ni siquiera mímica, del partido del siglo. De los siglos.

Cuando ya se produjo el famoso resultado y Madrid se llenó de celebraciones (justificadísimas) felicité uno a uno a los madridistas, a muchos de los cuales ya los había felicitado, en Twitter y por la última columna que publiqué cuando el equipo blanco se alzó con el triunfo en LaLiga.

"No basta con expresar contento porque el otro haya triunfado en el objeto de su afición, sino que además hay que expresar cierta vergüenza"

Felicité a madridistas que están en mi agenda de admiraciones, empezando por alguien que ahora estudia, mi nieto de once años, tan madridista como Alfredo Relaño, por citar a uno de los ilustres seguidores blancos. Algunos me respondieron y otros no, como en esta ocasión en que la victoria fue tan sorprendente como decisiva. Cuando la gente está alegre, hay que respaldar su alegría, aunque ésta no coincida con tus propios apetitos.

Lo que observé ahora, y lo llevo observando desde hace mucho tiempo, es que no basta con expresar contento porque el otro haya triunfado en el objeto de su afición, sino que además hay que expresar cierta vergüenza porque el equipo al que eres aficionado (que además no jugaba) fuera en cierto modo derrotado en ese lance. Claro, soy del Barça, celebro el contento de los madridistas, pero además debo reconocer, se me dice implícitamente, que tu equipo va tan mal en las competiciones en las que ha mordido el polvo que además tendrías que humillarte ante el campeón de tantas ocasiones célebres. 

Me parece que en el mundo del fútbol, que es como casi todos los mundos, un mundo en competición, se exageran tanto los triunfos que se convierten en derrotados los adversarios que, como en esta ocasión, no saltaron al terreno de juego porque, simplemente, ya fueron eliminados de cualquiera de las contiendas que a estas alturas de la temporada sólo tienen un hilo de tiempo para ser dilucidadas. 

Claro, soy del Barça, no lo hemos hecho bien, hasta anoche nos quedaba ese hilo de tiempo para celebrar al menos el reducto final de la esperanza. Y sólo soy fanático del Barça, igual que otros son tan solo madridistas, españolistas (del Espanyol, cuidado) o del Tenerife (del que también soy, por cierto), de modo que no jugamos este miércoles en Chamartín, pero saludamos al ganador. 

¿Algo más? ¿Qué tendríamos que hacer a esas alturas de la gran victoria ajena? ¿Quedarme en casa, en mi caso, como cuando nos ganó el Benfica en Berna, llorando, culpable? 

Hombre, por Dios, déjennos no ganar cuando nos toca, pero no nos avergüencen porque haya ganado el eterno rival a uno que habla inglés (entre otras lenguas) aunque por medio haya un catalán al que admiro y quiero casi tanto como a Pedri, que habla con mi acento canario. Visca el Barça, en fin, ¿qué quieren que les diga? Y enhorabuena al madridismo. Otra vez.  

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