Décima avenida

Pegasus en el Bernabéu

El independentismo lleva años atrapado en el minuto noventa-y-ramos, perdiendo sin remisión y quejándose de la injusticia

Pere Aragonès y Pedro Sánchez conversan en las jornadas del Cercle d'Economia, en Barcelona

Pere Aragonès y Pedro Sánchez conversan en las jornadas del Cercle d'Economia, en Barcelona / EUROPA PRESS / DAVID ZORRAKINO

Joan Cañete Bayle

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No sé si, como dijo Miguel de Unamuno, a los catalanes nos pierde la estética, pero creo que resulta evidente que a los sufridos seguidores del Barça, sí. Al culé, de los milagros del Real Madrid en la Champions en el Bernabéu no le cabe en la cabeza que sucedan y su tozuda repetición, pero sobre todo lo que le subleva es que, además, los madridistas disfruten ganando así. Al culé le amarga la injusticia de que gane quien menos lo merece: quien menos posesión tiene, quien menos tiempo ha estado por delante en la eliminatoria, quien mejor ha flirteado con el azar, quien ha jugado más feo y más duro, quien menos respeta la complejidad y belleza del juego, quien se beneficia de arbitrajes.

En esta visión del mundo, Pep Guardiola solo puede ser culé y José Mourinho nació para jugar en el Madrid, de ahí que aquella tormenta de clásicos de hace una década acabara como acabó. El gol decisivo en el minuto noventa-y-ramos es, ante todo, una injusticia, como lo es también que Messi haya ganado muchas menos Champions de las que se merece dada su condición de mejor jugador de la historia. Que los goles no se merecen, sino que se marcan, es una realidad fea, de esas que es necesario esconder debajo de la alfombra y que se despachan con un desprecio: resultadistas, que sois unos resultadistas. 

Vázquez Montalbán

Fiel a su condición de ejército de un país desarmado, el Barça es el espejo del catalanismo y del nacionalismo catalán.  “Cuando el Barcelona ganaba un partido de fútbol al Real Madrid, considerado el equipo del gobierno, Catalunya se resarcía un tanto de todas las guerras civiles que ha perdido desde el siglo XVII. Y cuando el Barcelona perdía contra el Real Madrid, Catalunya ratificaba su condición metafísica de pueblo perdedor, de pueblo desgraciado, sometido al yugo de las hordas centralistas”, que escribió Manuel Vázquez Montalbán en su famoso artículo Barça: el ejército de un país desarmado. Ver ganar al Madrid por Europa de la forma que gana es vinagre en las heridas, no solo por la victoria per se, sino porque es injusto. Y la injusticia, ay, nos subleva, a los catalanes. 

Sucede estos días con el escándalo del espionaje con Pegasus a figuras del independentismo. Hay en los foros del independentismo de pura cepa una indignación moral ante las revelaciones, resumida en un hashtag que promovió ayer Carles Puigdemont: #aneualamerda. "Iros a la mierda todos los que habéis violado nuestras vidas y las de nuestras familias. Miserables quienes lo hacéis y quienes lo justificáis", tuiteó el expresidente de la Generalitat. Puigdemont afirma que “con esta gente” (no aclara si los espías, el Gobierno o los españoles, en general) el independentismo no tiene que sentarse más que para decidir los “términos de la separación”. Pero este hecho, sentarse a decidir los términos de separación, no sucedió en 2017, tras el referéndum del 1-O; no sucedió en 2019, tras la sentencia a los líderes del ‘procés’, y no tiene pinta de que vaya a suceder ahora. Da igual la capacidad de movilización, el alto precio humano y social pagado por el 1-O, la evidente (e indignante) desproporción de la reacción penal del Estado a los hechos del 2017: en un símil futbolístico, el independentismo lleva años jugando en el Bernabéu, atrapado en el minuto noventa-y-ramos, perdiendo sin remisión y quejándose amargamente de la injusticia de las derrotas. Pero los goles caen del otro lado, uno tras otro. 

Manual de estrategia

La firme denuncia de la vulneración de los derechos fundamentales de los espiados catalanes (ciudadanos españoles con los mismos derechos que el resto, algo que hace años que ciertos sectores de la justicia, la política y el periodismo español han olvidado) está más que justificada. La utilización política del escándalo para devolver el problema catalán al centro de la agenda es comprensible, de manual en estrategia política. La indignación personal de los espiados al saber vulnerada su intimidad es comprensible y merecen apoyo en su exigencia de explicaciones y de depuración de responsabilidades. Pero en la comunidad autónoma del CESICAT, el llamado CNI catalán, las rasgaduras de vestiduras morales por el espionaje suenan sobreactuadas. Y el dolor, el desgarro interno, por la injusticia de la pérfida España hace años, décadas, que no lleva a Catalunya a ningún sitio más que a una superioridad moral autocomplaciente de consumo interno para un grupo de fieles que se retroalimentan. Y, como bien sabe el Barça, ese es el estado de ánimo perfecto para salvar la temporada ganando de vez en cuando en el Bernabéu. 

El Madrid no gana tanto de la misma forma siempre solo por suerte. Y cuando algo sucede muchas veces y no es atribuible al azar, deja de ser una injusticia y pasa a ser una consecuencia.  

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