Elogio de la política
La política exige salarios capaces de atraer talento y para reconocer el trabajo impagable y muchas veces invisible que realizan
Astrid Barrio
Profesora de Ciencia Política de la Universitat de València. Miembro del Comité Editorial de EL PERIÓDICO
La prematura e inesperada retirada de Elsa Artadi de la política anunciada este viernes brinda la ocasión para hacer algunas reflexiones en torno a uno de los oficios más viejos del mundo y en estos momentos uno de los más desprestigiados. La política tiene mala fama. Esto no es un fenómeno nuevo, y en muchos casos esa mala fama es merecida. Y lo es, en parte, porque hablar de política es hablar de poder y, como ya dijese Lord Acton en su famosa máxima, “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente". En este sentido, ni siquiera la política democrática con su capacidad para remover gobiernos y sus mecanismos de control ha podido evadirse de esta problemática. Tanto que desde hace más de una década los políticos, la política, los partidos y la corrupción son percibidos como uno de los principales problemas de los españoles, algo que muchos de ellos, sin duda alguna, se han ganado a pulso.
Los políticos son percibidos como personas corruptas, guiadas por intereses partidistas o particulares, autorreferenciales, alejados del interés general y además poseedores de unos privilegios y prerrogativas de los que no goza el resto de los ciudadanos. No en vano, el fenómeno populista, cada vez más extendido, utiliza esos atributos para construir la dicotomía entre el pueblo virtuoso y la élite corrupta en la que se sustenta su programa político.
Sin embargo, sin negar que algunos de estos prejuicios ampliamente interiorizados en el imaginario colectivo puedan llegar a ser ciertos en ocasiones, resultan profundamente injustos para el conjunto de la clase política. Es decir, con esa minoría de la población que se dedica a los asuntos públicos y cuya acción resulta imprescindible para el funcionamiento de todos los sistemas políticos y muy en particular de los sistemas democráticos. Porque lo cierto es que son miles y miles los ciudadanos que dedican su tiempo y su esfuerzo, muchas veces de manera desinteresada y sin apenas remuneración, sobre todo en el mundo local, para hacer posible la gestión de la cosa pública de la que nos beneficiamos todos. Y ello exige unas elevadas dosis de dedicación y muchos sacrificios personales que la mayoría de ciudadanos no están dispuestos a asumir porque saben con certeza que otros lo harán. Se argumentará que lo hacen porque quieren y que muchos ganan elevadas cantidades de dinero, un debate absolutamente falaz solo avalado por políticos mediocres que jamás podrían aspirar a lograr tales emolumentos en el sector privado. La política exige salarios capaces de atraer talento y para reconocer el trabajo impagable y muchas veces invisible que realizan. Porque sí, los ciudadanos solo suelen ver la punta del iceberg de lo que significa dedicarse a la política y no el desgaste que puede llegar a ocasionar. Hay que exigir a los políticos que sean honestos y responsables, pero también hay que reconocer la importancia de su trabajo y unas renuncias que muchas veces no se pagan con nada.
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