APUNTE
Análisis del Madrid-City: Contra lo esotérico no se puede
Albert Guasch
Periodista
Una hora antes del partido vimos por la tele a Pep Guardiola sentado en el banquillo en modo expansivo, sumamente locuaz, activo y alegremente gesticulante. Se suponía que debía estar tan nervioso como el barcelonismo, que ayer era un manojo de nervios, o debía estar a cubierto, abrumado por la inquina promovida por el espacio mediático madrileño. Y, en cambio, ahí estaba, distendido, relajado, de sanedrín. Ya no volvería a sentir esa paz. En cuanto empezó a rodar el balón, la locura del juego desató las palpitaciones. Ni Guardiola ni nadie respiró tranquilo. Y acabó como siempre. Con el milagro de siempre. Con lo insondable de siempre. Que lo explique quien pueda.
Salieron los jugadores ingleses como mareados, inseguros, alimentando y no mitigando los nervios del entorno antimadridista. Y sí, se rehicieron, y parecieron cerca de la sentencia. Estuvieron solo a un par de minutos, a un par de centímetros con el remate de Grealish evacuado desde la línea de gol. Pero volvieron los nervios iniciales, y luego hay cosas que solo suceden en el Bernabéu. Insistamos en la perplejidad que siente hoy el planeta del fútbol: no se entiende lo que ocurre en ese campo en la Champions. La leyenda es inagotable y la literatura grandilocuente que se nos avecina de las próximas horas, más que justificada. Puede resultar cargante, pero es lo que hay.
No hay que mirar el marcador ni el reloj con este Madrid. Lleva a engaño. Mientras se muevan las manecillas, los blancos estarán vivos. Ni con una estaca clavada en el pecho mueren. Su contrato perpetuo con el hacedor de milagros volvió a blandirse en una ocasión que parecía que saldría mojado. Esta vez, de verdad que lo parecía. Y tampoco. El City no consiguió enfundarse el traje colchonero, como ocurrió en el Wanda, y ahogar los cinco últimos minutos. Y el Madrid hizo de Madrid apurando como nunca. Seguramente, de todos los milagros, este permanecerá en cabeza por lo retorcido y lo funambulista de lo sucedido.
La varita como táctica
Rodrygo, el héroe junto a Courtois de esta eliminatoria, hizo buena la tesis de Ancelotti de que el partido tendría muchas capas. Quiso el italiano mantener la caldera a temperatura ambiente durante 70 minutos y encender la mecha con la incorporación de un par de atacantes cuando la magia del Bernabéu se suele destapar. Incomprensiblemente, volvió a funcionar. La varita como estrategia. Alucinante. Suerte tiene el Liverpool de que la final se juega en París y no Madrid.
Acabemos esta tribulaciones con un recuerdo: al día siguiente de la eliminación del City en Lisboa ante el Lyon, en el 2020, uno de los ayudantes de Guardiola comentó en un corrillo en el aeropuerto, a la espera de coger el avión a Barcelona, que el jefe se había quedado muy chafado. Al City le fallaron las piernas en cuartos y Guardiola, decía este ayudante, sentía que ese año tenía al alcance la conquista de la Champions. Se diría que en este 2022 sentirá otra vez lo mismo. Lo tenía tan cerca. Tanto. Pero contra lo esotérico no se puede.
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