Oriol Mitjà nos ama
A la que tiene unas décimas de fiebre ya asoma por diarios y teles para alertarnos de que vamos por mal camino. Una tabarra, que espero que al menos le sirva para vender libros, que de eso se debe tratar

Oriol Mitjà

Albert Soler
Albert SolerPeriodista
Albert Soler
Como revela la traducción al castellano de su apellido, Oriol Mitjà es una medianía. Ha pasado de ser el yerno que querría toda madre catalana a ser el pariente capaz de amargar la comida familiar con sus previsiones apocalípticas, un Niño Becerra de la salud, de los virus en lugar de los números.
-Estoy muy feliz de que hoy nos hayamos reunido todos aquí, familia. Lástima que en la próxima comida ya no vamos a quedar ni la mitad, con la de grasas y colesterol que trae este festín.
Cada vez que nuestro Oriol está pachucho, sale en todos los medios llamando al arrepentimiento, que el fin del mundo está cerca. Yo le deseo muchos años de salud a Oriol, y no porque lo aprecie especialmente, sino porque mientras está sano, por lo menos nos deja en paz, que ese hombre, a la que tiene unas décimas de fiebre ya asoma por diarios y teles para alertarnos de que vamos por mal camino. Una tabarra inaguantable, que espero que al menos le sirva para vender libros, que de eso se debe tratar.
Yo escribí ya hace tiempo que una sociedad en la que mandaran los médicos sería una dictadura insoportable, y el Colegio de Médicos, así de poco trabajo debe de tener, se indignó de tal manera que más que un colegio tengo la intuición de que es un parvulario. Con los médicos en el poder, no comeríamos carne roja, no fumaríamos, no beberíamos alcohol ni café, nos lavaríamos las manos cinco veces al día y, por si fuera poco, follaríamos con preservativo. Como en el chiste de Eugenio, no viviríamos más, pero se nos haría más largo. Mitjà nos ama, y por eso quiere que la vida se nos haga larga, inacabable, eterna, aunque, al paso que va, lo que conseguirá es que roguemos que alguien nos ayude a ponerle fin. No hay medio en el que no aparezca Oriol Mitjà para amargarnos la vida, temo verlo pronto en las tapas del yogur: «¡Tira esto, desgraciado, que lleva grasas y azúcar refinado!».
Tal vez mientras escribo esto, el pobre Oriol ha pillado conjuntivitis, y saldrá mañana a exigir que todos usemos gafas de sol. O sufre los primeros síntomas de alopecia, y aparecerá en la tele a recomendarnos un champú. No sé si este chico es epidemiólogo o no, de hecho, no sé ni qué diablos es un epidemiólogo, de lo que estoy seguro es de que la mejor solución contra la pandemia es la mascarilla. Pero así, en singular: que alguien apriete bien fuerte la que lleva Mitjà, hasta que no pueda hablar.
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