Artículo de Miqui Otero

Hacia la inmunidad de rebaño Pegasus

En estos primeros compases de esta nueva ciberpandemia vírica, más que aislar los casos, parece que la dinámica pasa por anunciar nuevos casos hasta que nos infectemos casi todos y así no se infecte nadie

Pedro Sánchez y Margarita Robles, en el Congreso en una imagen de archivo.

Pedro Sánchez y Margarita Robles, en el Congreso en una imagen de archivo. / J.J. Guillén

Miqui Otero

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Se están conociendo tantos casos de infectados por el software de espionaje Pegasus que no sería descabellado el siguiente planteamiento: la forma de sanar el sistema pasa por alcanzar la inmunidad de rebaño.

Si en un día festivo en Catalunya (el Lunes de Pascua) se hizo público el espionaje a más de seis decenas de independentistas, y se pedían explicaciones al Gobierno español, un día festivo para Madrid (el 2 de Mayo) se conocía que tanto su presidente, Pedro Sánchez, como la ministra de Defensa, Margarita Robles, también habían acogido al bicho en sus teléfonos. 

No es difícil imaginar a altos mandos del PP comentando que su iPhone o su Nokia también hacía cosas raras. De hecho, sería recomendable un Simón que, alejado de las almendras, pudiera organizar el tráfico de nuevos casos, hospitalizaciones (crisis políticas) o incluso ingresos en la UCI (¿dimisiones?). Pondría, de hecho, a todo el Congreso a lavar tomates con lejía y sólo les dejaría entrar en el hemiciclo descalzos, como señal de humildad y para mantener a raya la posible transmisión del virus informático por la superficie de sus zapatos (igualmente, en esos sitios hay mucha moqueta). Lo de lavarse las manos a menudo, la verdad, ya lo llevan bien.

El asunto es tan grave que, como muchos de los asuntos serios, es también absurdo. Lo es como el animal mitológico que da nombre a este programa israelí de ciberespionaje. Recordemos que el Pegaso es un caballo alado que, a pesar de volar gracias a ellas, planea por el cielo con las cuatro patas en movimiento, como si trotara en el vacío. Y que nació, de la sangre de la cabeza cercenada de Medusa, gracias a Perseo, que ni siquiera lo necesitaba porque ya disponía de unas sandalias voladoras la mar de monas que le había regalado Hermes (el dios mensajero, no la marca de lujo, que en estos asuntos el detallito corrupto puede llevar a confusión).

Lo absurdo, al mismo tiempo, puede ser útil. Lo normal es una comisión de investigación independiente para explorar qué sucedió. Los que lanzan balones fuera (incluso supimos que Robles no tiene la típica tote bag del 'New Yorker', medio que publicó el primer brote) se saben ahora espiados. Y esto recuerda poderosamente a dos historias.

Una es la de cómo funciona cualquier tipo de irregularidad en nuestro país. Se resume muy fácil: “Y tú más” (en otras traducciones: “Y tú también”; en este caso, “Y yo también”). Ante cualquier caso, el bando rival tiene otro. Es decir, si todos somos víctimas, entonces no hay verdugos, y viceversa.

La otra, muy conectada a la anterior, demuestra aún mejor hasta qué punto una realidad surrealista sólo se puede narrar con la literatura absurda. Me refiero a 'El hombre que fue jueves'. En la novela de Chesterton, un poeta al servicio de Scotland Yard logra infiltrarse en un importante círculo de anarquistas formado por siete activistas. Parlotean a voces en terrazas a la luz del día (¿qué mejor forma de esconderse que fingir que no te escondes?) y cada uno tiene el nombre en clave de un día de la semana. Pronto se percatan de algo: todos ellos son, en realidad, policías infiltrados. No hay ni un solo anarquista. Los giros imprevisibles no se detienen ahí. No hay certeza alguna y nadie sabe quién es en realidad quien los ha convocado, el tal Domingo. Al final, todo el secreto del mundo es que solo podemos conocer de él su espalda: “todo lo vemos por detrás y todo parece brutal”. También absurdo.

En estos primeros compases de esta nueva ciberpandemia vírica, más que aislar los casos, si sale de un laboratorio al servicio de un Estado u organismo transnacional, o si es cuestión de un CNI demasiado aplicado e independiente o de otro país o de una mano invisible, parece que la dinámica pasa por anunciar nuevos casos hasta que nos infectemos casi todos y así no se infecte nadie. Estamos en la primera ola. Recordemos que con el covid también muchos políticos fueron positivos al principio, pero pueden contagiarse nuevas capas de la población.

No descartemos, por tanto, la estrategia de la inmunidad (o impunidad) de rebaño.

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