Opinión | QUEMAR DESPUÉS DE LEER

Laura Fernández

Laura Fernández

Escritora y periodista

La archienemiga de Chuck Palahniuk

Su nombre es Monica Drake y escribe novelas "que harían reír a un perro", según el autor de ‘El club de la lucha’, Chuck Palahniuk, que se formó con ella (y contra ella) en la mesa de la cocina de Tom Spanbauer: sus historias la convertían siempre en la estrella

Monica Drake y Chuck Palahniuk,  vistos por Laura Fernández.

Monica Drake y Chuck Palahniuk, vistos por Laura Fernández.

Chuck Palahniuk aprendió a escribir en la cocina de Tom Spanbauer. Es algo que ocurría a menudo, al parecer. Los escritores tendían a impartir talleres en su propia casa. El año era 1991 y Palahniuk ya había tenido todo tipo de trabajos horribles, incluido el que le permitió contarme hace un tiempo que una vez dio con una mano entre los equipajes que pasaban por la cinta de equipajes en el aeropuerto.

Por entonces su trabajo horrible consistía en subir las maletas a esa cinta. Alguien puso la mano donde no debía. Y la mano se fue a otro país y acabó desfilando junto a las maletas. Sí, de ese exacto material están hechas sus historias, me dije. A menudo los escritores no hacen otra cosa que poner por escrito la forma en que el mundo se les aparece. O, simplemente, sucede ante ellos.

Pero volvamos a la cocina de Spanbauer. Recordemos antes de continuar que está punto de recuperarse su, esperemos que por fin celebrada como debe, 'El hombre que se enamoró de la luna' (Literatura Random House). Y ahora continuemos. Es una noche de un jueves de 1991 y Palahniuk está mirando a una chica cuyas historias llaman tanto la atención que las manos solitarias en cintas de equipaje de aeropuerto que hay en las suyas pasan desapercibidas. El nombre de la chica es Monica Drake. El lugar en el que se encuentra la cocina de Spanbauer es Portland, Maine, la ciudad en la que todos vivían por entonces. Luego Monica se mudó para estudiar con Amy Hempel y la gran Joy Williams —lean 'Los vivos y los muertos' (Alpha Decay)—, y siguió retorciendo sus historias.

Monica Drake.

Monica Drake. / Archivo

La estrella de todas las semanas

"Monica era entonces la estrella todas las semanas", escribió el propio Palahniuk en un prólogo a su novela más famosa hasta la fecha, la casi Premio Ken Kesey –sí, el tipo de 'Alguien voló sobre el nido del cuco' tiene un premio para literatos que corren riesgos a su nombre– 'Payasa' (Carmot Press).

Las historias que leía, "historias en las que pasaba toda la noche encerrada en el Museo de Arte de Portland, guardando en soledad la antigua momia de una emperatriz china mientras contemplaba un plato repleto del contenido de su estómago preservado (en su mayoría, antiquísimas semillas de calabaza)", les dejaban sin aliento. Y lo peor, para él, es que además les hacían reír. Muchísimo. Y eso que estaban basadas en gente que, como ella, vivía a la caza de cupones de supermercado para comer.

Daba igual lo que uno llevase para leer, escribió el autor de 'El club de la lucha', porque Monica siempre escribía algo mejor 

Daba igual lo que uno llevase para leer, escribió el autor de una infinidad de novelas macabramente divertidas, empezando por 'Asfixia' y, por supuesto, 'El club de la lucha', porque Monica siempre escribía algo mejor, "y nos mostraba lo buenas que podían ser las historias". Podía decirse que "Tom nos enseñaba el arte de la escritura, pero Monica nos mostró la libertad, la valentía", dice también Palahniuk. Y a renglón seguido admite que, si mejoró como escritor durante ese tiempo, fue porque "ella siempre me superaba". Volvía a casa, cada vez, diciéndose que el siguiente jueves él sería la estrella. Pero nunca lo era. Drake ha sido así, desde el principio, para él, lo que Katherine Mansfield fue para Virginia Woolf, una rival a la que, en vez de odiar, no puede evitar amarse por encima de todo.

Reverso luminoso y salvaje

Echar un vistazo tanto a 'Amigas con hijos' (Blackie Books) o 'La locura de amar la vida' (Bunker Books) como, sobre todo, a 'Payasa' –la historia de Narizotas, una 'clown girl' a la que persigue la desgracia, una desgracia absurda e hilarante, y también, un policía demasiado guapo y probablemente soltero, en la asfixiante y desesperada Declivetown, la ciudad en la que todo, hasta las flores de cualquier jardín desastroso, está en venta– es sumergirse en el reverso luminosamente salvaje de la escritura del propio Palahniuk, o, al revés, sumergirse en cualquier historia de Palahniuk, es hacerlo en una de Monica Drake infinitamente más marcada, o limitada, por el deseo de seguir llamando la atención en aquella mesa de cocina que por la imparable prosa estampamundos que caracteriza las de Drake.

Las historias de Drake, que hacían reír y dejaban sin aliento, estaban basadas en gente que, como ella, vivía a la caza de cupones de supermercado para comer

Es por eso que Palahniuk se dirige a ella como su "archienemiga". Y dice que los escritores no pueden evitar competir, pero que es una "bendición" hacerlo con alguien "tan bueno" como ella, alguien cuyas historias "harían reír a un perro". ¿Qué dice ella de él? Ella ahora da clases en Portland. Y Palahniuk sigue viviendo allí. Se ven de vez en cuando. Pero ella recuerda volver después de sus clases con Williams y Hempel, entrar en la librería Powell’s y oírse a sí misma. En realidad, oyó a Palahniuk contando una historia que era una historia que ella había escrito. "Resultó francamente halagador, ¡recordaba de memoria frases enteras!", dijo hace no demasiado. No, para ella Palahniuk, como para Mansfield, Woolf, nunca fue para tanto. Hay quien no necesita archienemigos.

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