La emoción y el milagro de 'Alcarràs'
Hacía mucho que una película no se imponía a la inercia de los tiempos y nos devolvía con esa intensidad la posibilidad de la emoción genuina y compartida en una sala de cine
Desirée de Fez
Periodista y crítica de cine.
Desirée de Fez
Que en 2022 lo primero que se diga de una película, antes de pensarla, sea que es profundamente emocionante y que es un milagro deja muy claro que estamos ante algo importante. Este viernes se ha estrenado 'Alcarràs', la película de Carla Simón. Por si queda algún despistado, es el segundo largo de la directora de 'Verano 1993' (2017), ganó el Oso de Oro en el festival de Berlín y muestra el día a día de una familia de agricultores de Alcarràs, un pueblo de Lleida que, después de ochenta años cultivando las mismas tierras, tiene que hacer frente a su última cosecha y a un inevitable e inminente cambio de vida. Llega a 169 salas de cines y hay análisis magníficos sobre ella a cargo de los críticos que la han visto en pases de prensa, en el festival de Berlín, en el de Málaga o, el pasado jueves, en el D’A Film Festival Barcelona (abrió ayer su 12ª edición con la película de Carla Simón como inauguración).
Sin embargo, llama mucho la atención que tanto el público que ha podido verla en esos festivales como los profesionales que han hablado y escrito sobre ella pongan en primer plano lo mucho que les ha emocionado. Quizá en otro momento no habría sido tan significativa esa necesidad de poner el foco en lo profundamente conmovedora que es 'Alcarràs', tanto, que nadie siente ni pudor ni miedo a la exageración al atribuirle esa condición de milagro. Pero a día de hoy sí es tremendamente exótico el impulso de compartir, antes que nada, las emociones provocadas por una película. El desconcierto ante los cambios arrolladores en la forma de hacer y consumir películas (y quizá cierto revival del cinismo) han hecho que, la mayoría de las veces, más que llegar a su corazón y a su alma las observemos y analicemos desde una distancia rarísima. Parecemos entomólogos en vez de espectadores, y es algo evidente entre los profesionales pero también común entre el público que comparte sus opiniones en redes.
No sé en qué momento empezamos a ver las películas como productos y no como obras artísticas. Porque algunas, incluso muchas, son productos, claro, pero no todas. Hablamos de las películas en relación a cómo se estrenan, a si las tratan bien o mal las salas y/o las plataformas, a si tienen éxito o son un fracaso, a la postura de sus directores ante la respuesta colectiva a su obra. Las diseccionamos, hasta dejarlas secas, en busca de sus temas, de cómo dialogan con el presente (como si eso fuera obligatorio) y ejerciendo de jueces sobre lo oportuno de sus enfoques. Muchas veces, nos limitamos a componer un mapa de referencias, como si eso le importara a alguien o las películas y los que las hacen merecieran ser puestos en evidencia. Y nos las ventilamos rápido, no les permitimos dejar huella.
Y entonces llega 'Alcarràs' y desactiva todo eso, y lo primero que nos sale, aun a riesgo de sonar poco profesionales, es compartir lo mucho que nos ha emocionado. Y no nos da apuro decir que es un milagro, que es una película importante, que nos conmueve profundamente. Y eso pasa porque realmente es así. Hacía mucho, pero mucho, que una película no se imponía a la inercia de los tiempos y nos devolvía con esa intensidad la posibilidad de la emoción genuina y compartida en una sala de cine. Y ahí es donde está el milagro.
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