Artículo de Jesús A. Núñez Villaverde

La victoria vista desde Rusia

A Putin solo le quedan dos caminos: rebajar su nivel de ambición respecto a Ucrania o recurrir a la movilización general y al uso de armas de destrucción masiva

Imagen de las fuerzas especiales rusas.

Imagen de las fuerzas especiales rusas. / Portrait of a Russian special forces soldiers in modern military uniforms with weapons. Military, war, conflict, soldiers concept

Jesús A. Núñez Villaverde

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Pocas dudas pueden caber sobre el significado inicial que en la mente de Vladimir Putin tenía la palabra victoria, cuando decidió invadir Ucrania: derribar el Gobierno de Volodímir Zelenski, sustituyéndolo por una marioneta encargada de reformar la Constitución para eliminar cualquier referencia a la integración en la OTAN y reconocer a Crimea como territorio ruso. Sin embargo, la cruda realidad de un pésimo desempeño de sus tropas sobre el terreno y la extraordinaria voluntad y capacidad defensiva de la población y las fuerzas armadas ucranianas le han obligado a reformular sus pretensiones. Y nada le asegura que, en función del panorama actual en el campo de batalla, no tenga que volver a hacer lo mismo.

Fracasada la guerra relámpago que buscaba controlar Kiev en apenas unos días, Moscú tuvo que replantear su ofensiva, abandonando buena parte de los frentes de ataque que había establecido en los primeros compases de la invasión. Incapaz de progresar en ninguno de ellos, con un alto nivel de bajas desde el primer momento y con un notable fiasco logístico, aparentó una retirada que, en realidad, fue un redespliegue para disponerse a iniciar una nueva etapa con el Donbás como objetivo prioritario. De ese modo, mientras trataba de 'vender' que todo iba según lo previsto y que ya había logrado 'éxitos' como la neutralidad de una Ucrania que, de hecho, ya era neutral, pasó a reinterpretar a la baja la idea de victoria. El Donbás -entendido como el conjunto de los 'oblast' de Donetsk y Lugansk, con 53.000 km2 y unos 6 millones de habitantes hasta el inicio de la invasión- es un objetivo fundamental para Moscú, en la medida en que le garantiza la conexión terrestre con una Crimea que no está dispuesto a ceder nuevamente bajo ningún concepto; además del carbón y la principal base industrial de Ucrania.

Eso explica que Rusia haya concentrado unos 80 grupos tácticos (con una media de 1.000 efectivos cada uno) en torno al Donbás, con la idea de lanzar una nueva ofensiva que busca controlar toda la región, combinando el ataque frontal con una maniobra de tenaza desde el norte, con base en la zona de Jarkov-Izium, y desde el sur, con base en la zona de Berdiansk-Mariúpol, que en su máxima extensión confluiría en la ciudad de Dnipro. De ese modo, busca embolsar a las fuerzas ucranianas que tratan de evitar la pérdida de esa región e impedir que puedan recibir refuerzos desde el resto del país.

El problema para Moscú es que no ha logrado acumular efectivos y medios como para contar con una superioridad suficiente como para garantizarse el éxito. Tampoco ha conseguido la superioridad del espacio aéreo ni disuadir a las decenas de países que progresivamente se han decidido a suministrar armas a Kiev, exponiéndose a las represalias rusas. En paralelo, las fuerzas ucranianas están ampliando también sus ataques selectivos en pleno territorio ruso, complicando todavía más su logística y sus operaciones.

En todo caso, Putin no puede salir de Ucrania sin declarar la victoria. Y para eso solo le quedan dos caminos. Por un lado, puede rebajar aún más su nivel de ambición y contentarse con decir que ya ha logrado evitar que Ucrania entre en la OTAN y que ha degradado su capacidad militar lo suficiente para que no represente ninguna amenaza contra la seguridad de Moscú. Por otro, mucho más inquietante, puede utilizar las bazas que todavía le quedan -una movilización general para atacar con más medios o atreverse a usar las armas de destrucción masiva con las que cuenta.

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