La nota | Artículo de Joan Tapia

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Ha ganado mejor de lo esperado. Ahora precisa un nuevo Gobierno más sensible a la seguridad y al equilibrio social para ganar las legislativas de junio

Macron triunfa

Macron triunfa / BERTRAND GUAY / AFP

Joan Tapia

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Macron, con un 58,5% de votos contra el 41,5% de Marine Le Pen, ha tenido una amplia victoria. Una diferencia de 17 puntos es relevante y más cuando las encuestas tras la primera vuelta de hace 15 días le daban una victoria pírrica del 51% al 49%. Además, entonces el 54% votó a partidos populistas, de derecha o izquierda, para los que era el enemigo a derrotar.

Transformar el 54% muy contrario de la primera vuelta en un 58,5% a favor tiene mérito. Buena parte se debe al aumento de la abstención y de los votos blancos de la extrema izquierda. Pero muchos franceses, de derecha o izquierda, que no votaron a Macron en la primera vuelta por disconformidad con su política, le han respaldado ahora para impedir el paso a Le Pen. Y Macron ha trabajado ese voto subrayando que Francia es uno de los motores de Europa e inflexionando algunas de sus propuestas como la jubilación a los 65 años (los franceses se jubilan a los 62). La flexibilidad -que no la irresponsabilidad- es una cualidad política que ahora ha tenido.

Cierto que hace cinco años ganó a Le Pen por el 66% contra el 34%, el doble de diferencia que ahora, pero entonces Macron era una promesa sin ningún desgaste (dimitió de ministro de Economía de Hollande en el momento oportuno) y en cambio ahora acumulaba usura de poder. Por su estilo tecnocrático y porque sus tímidas reformas ecológicas toparon con una brutal protesta de los 'chalecos amarillos' por el aumento del precio de los carburantes. Además, la pandemia no es una crisis grata de gestionar. 

Y pese a ello Macron ha sido el primer presidente reelegido en 20 años. Antes solo lo lograron De Gaulle, Mitterrand y Jacques Chirac en otras circunstancias.

Pero la victoria presidencial de Macron, que es la de la Francia que apuesta por Europa y desconfía del nacionalismo o el socialismo como sentimientos o dogmas exclusivistas, tiene también su cruz. Aparte del 54% antisistema de la primera vuelta, el 41,5% a Le Pen del domingo indica malestar y división social que empujan a votar a partidos que predican soluciones simples (o simplistas) a una realidad complicada y mutante. Y ello pese a que el balance económico (y de empleo) de la legislatura ha sido positivo.

Ahora Macron debe ganar las legislativas de junio para tener mayoría parlamentaria. Es posible que lo consiga si acierta en el nombre del nuevo primer ministro y sobre todo en la composición de un Gobierno plural que transmita más sensibilidad hacia la seguridad pública (la derecha le acusa de laxitud) y más equilibrio social (queja de muchos votantes de Mélenchon). Un encaje de bolillos. Pero el sistema electoral le favorece. Pactos en las circunscripciones para la segunda vuelta entre la extrema derecha y Mélenchon parecen imposibles.

Su gran problema será luego evitar explosiones de protesta de sectores agraviados por las reformas como pasó con los 'chalecos amarillos'. Un sistema electoral que hace que la oposición tenga poca fuerza parlamentaria (pasó la pasada legislatura) incita la protesta violenta en la calle. Y para evitarlo reformas, como una dosis de proporcionalidad en las elecciones parlamentarias, parecen imprescindibles. 

Cierto, hay mucha derecha anticuada. E izquierda desfasada. Se vio con los fracasos de las presidencias de Sarkozy y Hollande, pero rehuir de las referencias ideológicas (salvo Europa) y fiarlo todo a la eficacia no ha aumentado el consenso social. El populismo iliberal es hoy más fuerte que en 2017.

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