El 'youtuber' la tiene más larga
Quitando algunas estrellas comerciales, agraciadas con el favor de la moda y el mercado, la gente del gremio de las letras vive los últimos sanjordis como el perro atado por su dueño en la puerta de una charcutería
Juan Soto Ivars
Escritor y periodista
Este sábado fue Sant Jordi, como ustedes saben, y a la gente del gremio de las letras se la convocó a distintas fiestas donde lamerse las heridas tras un día de firmas lluvioso, con rachas de sol, en el que llegó a caer granizo con generosidad. Claramente Dios no tiene ningún interés en que la gente lea. Se comentaba en la comida de Penguin Random House que a una famosa autora se le cancelaba la firma de las cinco porque su caseta "se había volado", literalmente. Sin embargo, no eran estos iletrados y analfabetos fenómenos meteorológicos los que amargaban algunos gintonics, al contrario.
A la lluvia se la recibe como un bálsamo porque iguala las firmas a cero, y lo único que desea un verdadero escritor con más intensidad que firmar muchos es que sus vecinos de caseta firmen menos. Los autores miden las colas con el ojo miserable que ponía la patrona del café de La colmena en vigilar que ningún camarero echara alcohol de más en los carajillos. Desarrollan tácticas para mantener su caseta visitada aunque la tarde se presente como fracaso. Por ejemplo: dar mucho palique a un pobre tipo que se acercó a por una firma y retenerlo con la tenacidad del herpes o del monstruo de Amstetten hasta que vea venir a otro, momento en que será liberado.
Negra constatación
Ante la lluvia, uno siempre puede excusar su fracaso diciendo que el agua blandea los libros y ahuyenta a los lectores, pero este Sant Jordi trajo la constatación negra de que, tal como pasaba antes de la pandemia, ya pueden caer chuzos de punta, venir riadas y volar casetas como sombrillas de playa en día de tramontana, que las colas de los youtubers siguen siendo largas y recias como la del negro de Whatsapp.
Desde que los grandes grupos editoriales decidieron encargarse de rentabilizar el tráfico colosal de las pantallas de móvil con libros escritos por ayudantes y firmados por estrellas de internet, no hay paz, no hay orgullo, no hay excusa para los autores de buena prosa y mejor edificio argumental. Quitando algunas estrellas comerciales, agraciadas con el favor de la moda y el mercado, la gente del gremio de las letras vive los últimos sanjordis como el perro atado por su dueño en la puerta de una charcutería, por culpa de los youtubers. Para colmo, ¡son tan jóvenes, tan guapos y guapas, tan adorables e impacientes! Por un trocito de esas colas daría el viejo escritor cualquier cosa. Incluso su talento.
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