Barraca y tangana

Tu excusa favorita

En el fútbol los principios son de quita y pon, y puedes decir una cosa y hacer otra sin sentir ningún tipo de rubor

Celebración

Celebración / Miguel ángel Molina / Efe

Enrique Ballester

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Parece ser que el objetivo básico en esta parte final de la temporada es que nadie se traumatice. Acaban los partidos, los escuchas hablar y todos ganan, aunque pierdan. El fútbol va cada vez más de estrujar la realidad para tener razón. Lo básico es regatear la tristeza y la frustración y para ello sobran los truquitos y las trampitas. El fútbol es un elogio a la autojustificación. Si ganas no hace falta decir más y si pierdes puedes elegir tu excusa favorita. Debes elegir tu excusa favorita. Hay gente que está deseando escuchar tu excusa favorita. Hay gente que pide 'otra, otra' como en los conciertos a los artistas, gente que compra lo que sea antes de admitir una pifia.

El fútbol es muy generoso con las piruetas dialécticas. Dependiendo de si te conviene o no, perder tiempo es un recurso legítimo o una aberración indigna. Dependiendo de si te conviene o no, las tanganas están destrozando el deporte y son un mal ejemplo para la infancia mundial o simplemente son cosas del fútbol, cosas que pasan y ja, ja, ja, qué buenas risas. Dependiendo de si te conviene o no, lo único importante es ganar o hay que ir más allá. En el fútbol nunca falta un consuelo. En el fútbol los principios son de quita y pon, y puedes decir una cosa y hacer la contraria sin sentir ningún tipo de rubor. Hay gente que llega convencida de casa. Hay gente que no falla. Hay gente que ni siquiera necesita ver los partidos para contarte lo que pasa.

No seré yo quien critique todo esto. Estoy yo para criticar algo. A menudo no hay más remedio que negar la realidad para mantener las ganas de seguir respirando. En mi casa se hace constantemente, con notable éxito, y se podría decir que viene de antiguo. Puedes culpar de todo a tus padres, al gobierno, a un entrenador o a algún profesor, aunque en el fondo sepas que no. Cuando iba al instituto y algún macarra me pedía un cigarro en los recreativos, y yo se lo daba, me convencía de que se lo daba porque quería, no porque tuviera miedo a una posible reacción violenta a mi negativa. Aún cuento que dejé el fútbol en juveniles para salir de fiesta, cuando en realidad el fútbol ya me había dejado a mí antes por imposible, y por su cuenta. La vida que llevo, el trabajo que tengo, mi cara y mi cuerpo... puedo decir por ahí que es lo que quiero, y a ratos incluso me lo creo.

Esta actitud evasiva y defensiva ha calado sin duda en la familia. El objetivo básico es también que nadie se traumatice. A mi hijo ahora le metes un gol y te dice que no, que “lo ha parado la red”. Contra eso no se puede luchar. Cómo rebates eso. No hay argumento que lo tumbe. Un despeje impecable, una pirueta fantástica. Mi hijo es invencible.

Pronto saldrá un entrenador después de recibir un gol y dirá en rueda de prensa lo mismo que mi hijo, que no ha sido gol porque “lo ha parado la red”, y habrá quien esté de acuerdo con el tipo. Y publicarán después un audio de ese mismo entrenador admitiendo en privado que el gol ha sido gol, pero aún así habrá quien siga defendiendo lo contrario. Contra eso no se puede luchar. En el fútbol y en lo demás. Estrujar la realidad, terapia nacional. La fe no tiene rival.

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