Conocidos y saludados | Artículo de Josep Cuní

Otro debate es posible

Cuando los debates son en Francia y entre candidatos a la presidencia, los aspirantes se enfrentan públicamente para escucharse, apenas interrumpirse, contrastar y replicar ordenadamente sus respectivas propuestas. Es lo que hicieron Emmanuel Macron y Marine Le Pen

Debate televisado entre los candidatos Emmanuel Macron y Marine Le Pen.

Debate televisado entre los candidatos Emmanuel Macron y Marine Le Pen. / AFP/LUDOVIC MARIN

Josep Cuní

Josep Cuní

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

“Cuando exageramos o demonizamos o simplificamos el argumento, perdemos. Cuando rebajamos el tono del debate público, perdemos. (…) Es su actual previsibilidad lo que impide el descubrimiento de métodos nuevos para afrontar los retos que tenemos como país”.

Así defendía Barack Obama la necesidad de mejorar el contraste político de pareceres en su libro ‘La audacia de la esperanza’. Publicado un año después de convertirse en senador y tres antes de llegar a la Casa Blanca, además de ser una interesante descripción de intenciones se convirtió en su hoja de ruta. Su estilo comedido, su elegancia natural, su voz adecuadamente entonada y su apuesta por el diálogo marcaron maneras. Las que le han envidiado los incapaces de seguirle, de contenerse, de no saltar a la primera de cambio interrumpiendo, vociferando, señalando, acusando, infringiendo las normas de comportamiento y las reglas pautadas que deben garantizar un intercambio sosegado de opiniones enriquecedoras en lugar de eslóganes memorizados y frases estudiadas. El ‘método Trump’, en definitiva. El presidente que pasó de los platós televisivos, descabezando a aspirantes a empresarios, a potenciador del odio a través de las redes, desde donde pretendía reducir su política a un mensaje de móvil. Más de 26.000 en cuatro años. La mayoría escritos de madrugada para condicionar la bolsa, marcar la agenda y desestabilizar el mundo.

Sin tanto poder, con menos zafiedades pero con argumentos limitados a frases simplistas y desautorización constante del adversario, antes y después de Trump han sido muchos los candidatos que han demostrado el desconocimiento de lo que debería entenderse por debate. La discusión que tanto le gustaba a Margaret Thatcher, porque cuando alguien se le sentaba enfrente no esperaba que le diera la razón, ni siquiera que estuviera de acuerdo con ella. Al contrario. Se crecía porque estaba convencida de sus ideas y tenía muy claras sus intenciones. Ella tenía programa porque el programa era ella.

Algo parecido han demostrado habitualmente los candidatos franceses. Especialmente cuando lo son a la presidencia de la República y se enfrentan públicamente para escucharse, apenas interrumpirse, contrastar y replicar ordenadamente sus respectivas propuestas. Lo que han hecho Emmanuel Macron y Marine Le Pen. Sin o con pocos papeles, frente a frente, propusieron y se interpelaron, se acusaron y se defendieron y sus breves descalificaciones fueron para acuñar nuevos conceptos como el de “climato-escéptica”, que Macron dedicó a su rival, y el de “climato-hipócrita”, en respuesta de la líder de ultra derecha. Y todo sin alterarse. Disimulando sus enojos –que lo eran, por la enjundia de sus ideas maquilladas–, sus deslices, sus intereses y, especialmente sus amistades peligrosas. Para la economía, según ella, para el país según él.

En unas horas uno de los dos habrá ganado la presidencia. Las encuestas apuestan por el resultado de hace cinco años. Lo cual indica que los graves problemas de fondo que ha agudizado la larga crisis francesa no se han resuelto. La izquierda sigue mirándoselo desde el sofá de casa. Como Jean-Luc Mélenchon, que resumió el espectáculo con un simple: Francia se merece algo mejor. Otra renovada muestra de impotencia.

Suscríbete para seguir leyendo