Artículo de Salvador Macip

Toda la humanidad en un genoma

El reto iniciado con el Proyecto Genoma Humano no está todavía terminado. Ahora habría que añadir a la referencia actual tantas variantes como sea posible, un tipo de 'pangenoma' que sirva como punto de comparación en cualquier rincón del mundo

Cada vez hay menos misterios en torno al código que regula cada mínimo aspecto de la vida: el genoma humano está secuenciado casi en su totalidad.

Cada vez hay menos misterios en torno al código que regula cada mínimo aspecto de la vida: el genoma humano está secuenciado casi en su totalidad. / Crédito: Sangharsh Lohakare / Unsplash.

Salvador Macip

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La primera revolución científica del siglo XXI fue genética, marcada por el anuncio, el verano de 2000, que se había leído todo el ADN humano. Esto dio paso a lo que se ha conocido como la era posgenómica, en la cual los adelantos en muchos campos han sido exponenciales gracias a poder usar como fundamento este primer borrador del genoma humano.

Porque se trataba de esto, de un borrador. La información, disponible a partir de 2001, no era completa, pero políticamente hacía falta un golpe de efecto para dar por terminado el Proyecto Genoma Humano, que se había ideado en los años 80 e iniciado en 1990, sobre todo para proteger los datos de la iniciativa privada que, en paralelo, iba avanzando a toda velocidad. En abril de 2003 se dijo que, ahora sí, ya teníamos el genoma leído del todo y se podía dar oficialmente por acabado el proyecto.

Pero tampoco era muy bien así. En las bases de datos públicas había la mayor parte de la secuencia de unidades que forman un genoma, sí, pero no se pudo considerar (casi) completa hasta la versión de 2017. Y todavía entonces quedaban agujeros sustanciales para llenar, debido a problemas físicos (el ADN se estructura en forma de cromosomas, el centro y las puntas de los cuales son muy difíciles de leer, y algunas zonas son poco accesibles, por cómo están 'empaquetadas') o puramente técnicos (partes del genoma tienen muchas repeticiones, incluso de genes enteros, lo cual también dificulta la lectura). No ha sido hasta hace unas semanas que, gracias a los adelantos tecnológicos de los últimos años, se ha podido acabar el 8% del genoma que no estaba disponible, más el cromosoma Y entero, que era la otra parte importante que faltaba desde el principio.

Hay un detalle que debe tenerse en cuenta. Hablamos del genoma humano como si fuera una información que compartimos todos los individuos de la especie, pero sabemos que, precisamente, lo que nos hace únicos es nuestro ADN. Así pues, ¿de quién es la información que hay en las bases de datos? De nadie: es lo que se llama un genoma de referencia (nombre en código GRCCh38), montado a partir de muestras de donantes anónimos, tanto hombres como mujeres. El 93% de la información de este rompecabezas de genomas viene de solo once donantes (el 70%, de hecho, de una sola persona). El resultado, está claro, es sesgado. Concretamente, hacia los caucásicos que se encuentran en la zona del norte del Estado de Nueva York, que es de donde salieron la mayoría de voluntarios.

Esto es un problema porque, aparte de las diferencias personales, nuestros genomas tienen similitudes entre los individuos de lo que denominamos grupos étnicos (una definición actualizada y más intrincada del concepto obsoleto de 'raza'). Por lo tanto, si estamos usando el genoma publicado como referencia para estudios biomédicos, probablemente nos estamos perdiendo detalles importantes, debido a nuestra diversidad. Por ejemplo, en 2018, en un trabajo que analizaba el ADN de donantes de origen africano se descubrió una región del genoma de 300 millones de unidades que no cuadraban con nada conocido: en las bases de datos, esta variación étnica simplemente no existía.

Este sesgo eurocéntrico tiene implicaciones prácticas. Imaginemos que usamos información genética para decidir qué fármaco le funcionará mejor a un enfermo. Esto es lo que se denomina medicina personalizada (se podría considerar otra revolución científica del siglo XXI, todavía en sus inicios), y cada vez estará más presente, tanto en la atención primaria como en los hospitales. Si los datos que tenemos para comparar parten de muestras de genomas caucásicos es poco probable que las conclusiones sirvan igual en África o en Asia, donde los grupos étnicos tienen peculiaridades propias diferentes a las europeas.

El reto iniciado con el Proyecto Genoma Humano, pues, no está todavía terminado. Ahora habría que añadir a la referencia tantas variantes como sea posible, un tipo de 'pangenoma' que sirva como punto de comparación en cualquier rincón del mundo. Ya hay una iniciativa que se ha puesto en marcha con el objetivo de leer el ADN de 350 personas de etnias diferentes. No será sencillo. Pero todavía es más complicado entender toda la información que obtenemos de estos proyectos genómicos. Saber deletrear una palabra no quiere decir que, automáticamente, comprendamos el significado. Nos queda por descubrir las funciones de muchos genes, cómo se activan y desactivan, cómo interaccionan entre ellos, cómo se regulan... Un trabajazo que seguramente iremos completando a lo largo de las próximas décadas, hasta que aprendamos todos los misterios que se esconden en los genes. Qué seremos capaces de hacer con este poder inmenso es otra historia.

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