Rusia: de la 'operación militar especial' a la guerra
Si Putin declarara la guerra, abre la puerta a una movilización general y puede reclamar el auxilio del resto de los países de la Organización de Seguridad Colectiva
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Jesús A. Núñez Villaverde
Desde la creación de la ONU la guerra está prohibida como un instrumento legal para resolver las diferencias entre países. Se entiende que, incluso con la excepción del artículo 51 de su Carta fundacional (derecho a la legitima defensa), solo el Consejo de Seguridad puede determinar si algo es una amenaza a la paz y, en consecuencia, es el único legitimado para activar “todos los medios necesarios” para neutralizarla. Por desgracia, son decenas las guerras que se han registrado desde aquel momento y aún hoy hay más de treinta focos activos en diferentes rincones del planeta. En todo caso, hay un rasgo común en todas ellas: nadie se ha tomado la molestia de declararla.
Y ahora Rusia, tras el hundimiento del buque insignia de su flota del mar Negro y mientras en sus noticiarios anuncia que ha comenzado la III Guerra Mundial, emite señales que harían pensar que está a punto de declarar la guerra a Ucrania, abandonando el concepto oficial empleado hasta ahora para referirse a la invasión como una “operación militar especial”.
Repasando la historia es inmediato confirmar que toda declaración de guerra reúne tres elementos: un anuncio que muestra la intención de utilizar la fuerza, una explicación de las razones que llevan hasta ese punto y una propuesta de qué debe hacer el enemigo para evitarla. Cabe pensar que, hasta ahora, Moscú no ha optado por ese camino tanto por entender que un acto de ese tipo solo tiene sentido entre Estados soberanos -y Putin ha dado sobradas muestras de que no considera como tal a Ucrania-, como por su erróneo convencimiento de que le bastaba con una “operación militar especial” para derribar a Zelenski y controlar el país.
Es, por tanto, el negativo panorama que se le presenta ahora -como resultado de sus errores estratégicos y de la ineptitud e incompetencia de sus fuerzas desplegadas sobre el terreno- lo que explicaría un salto de esta magnitud, en el que cabe adivinar dos intenciones. En clave interna, y más allá del giro argumental estrambótico que supone declarar la guerra a un país invadido que se defiende del ataque recibido y hunde su principal buque de combate, un paso de esas dimensiones abre la puerta a una movilización general, que le permite sumar más efectivos con los que reforzar el ataque. De ese modo, buscando la victoria por puro aplastamiento, aprovechando su superioridad demográfica (144 millones de personas frente a 44), puede saltarse el límite formal que le impide emplear conscriptos en misiones de combate fuera del territorio nacional, en un momento en el que parece claro que con las fuerzas ya desplegadas en Ucrania nada le garantiza la victoria, dado que ni siquiera dispone de una superioridad numérica manifiesta en el actual campo de batalla.
En clave externa, declarar la guerra le sirve igualmente para reclamar el auxilio del resto de los países de la Organización de Seguridad Colectiva -Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán-, ligados por un tratado que en su artículo 4 contempla una cláusula de respuesta común al ataque recibido por uno de sus miembros. Muy lejos del nivel de operatividad de la OTAN, Rusia ya ha recurrido a ella para aplacar las movilizaciones ciudadanas registradas en Kazajistán en enero de este mismo año, a requerimiento del presidente kazajo. Llegado al momento decisivo en el que, con el Donbás como pieza mayor de la cacería rusa, Putin necesita todos los medios a su alcance para doblegar a quienes hasta ahora no han querido capitular irremediablemente.
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