GOLPE FRANCO

Las cosas que nadie rompe, pero se rompieron

Los jugadores del Eintracht celebran el 0-1 con su afición en el Camp Nou.

Los jugadores del Eintracht celebran el 0-1 con su afición en el Camp Nou. / Jordi Cotrina

Juan Cruz

Juan Cruz

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Poco a poco el Barça fue rompiendo platos. Primero los rompió Eric García, que se quedó con la cara desvaída, sin palabras, la boca fruncida como si hubiera cometido pecado delante de Dios, y después vino el gol de penalti provocado por su desvarío, cuando sólo habían pasado cuatro minutos de lucha infructuosa contra el equipo de las charcuterías.

Fráncfort es una ciudad de ferias, lo era cuando el Barça de nuestra juventud disputaba con cierta solvencia aquella Copa de Ferias en la que sobresalían gente como Ladislao Kubala o Sándor Kocsis, que eran como nuestros Pedri o Dembélé de ahora. No tomamos en serio ese símbolo quizá menor de nuestras competencias y nos dieron un susto mayor en su propio campo, donde reestrenaban la ilusión de acabar con un grande.

El Día del Amor Fraterno, que era además el de la celebración del inicio de aquella segunda República, el campo se llenó de un blanco gritón, procedente de Fráncfort, precisamente, y el Camp Nou se dispuso a tomar ese griterío como un pequeño incidente que el Barça más potente de ahora iba a superar con los gritos más propios del fútbol.

Qué va. Se fueron rompiendo cosas, y la primera fue ese cántaro que destrozó García y que no pudo remediar otro alemán, precisamente, Ter Stegen. De ahí hacia abajo el Barça fue perdiéndolo casi todo. Perdió, eso está muy dicho, el apoyo del público, suplantado por culpa barcelonista por una riada de alemanes que celebraron uno a uno los disparates azulgrana, hasta que al final se cumplió lo que Pablo Neruda dice en una de sus más famosas odas, la Oda a las cosas rotas, “las cosas que nadie rompe/ pero se rompieron”.

El Nobel chileno empieza así su profecía: “Se van rompiendo cosas/ en la casa/ como empujadas por un invisible/ quebrador voluntario”. Y eso empezó a pasar, como si un viento sin remedio echara por tierra lo que días antes llamaba “jugar bien” el líder máximo de la tradición que inauguró Cruyff: hay que ganar jugando bien. Pues se rompieron las cosas en la casa, hasta se rompió Pedri, que es como si se rompiera el jarrón de Cruyff, pues ahora es el mejor de la plantilla, se rompió hasta el silencio de respeto que acompaña, o debe acompañar, los peores momentos del equipo de casa, pues de casa era, ay, el equipo de Fráncfort.

Se rompieron todas las cosas, hasta los goles que el Barça pudo oponer fueron goles rotos, hechos de lágrimas y decaimiento. Las cosas rotas, “las cosas que nadie rompe/ pero se rompieron”. Ahora, a recomponer la nada. 

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