Semana Santa

Vuelven las procesiones

Participantes en los actos del Jueves Santo en Verges (Girona). Forman parte de una procesión que representa el recorrido de Jesús hasta el Calvario

Participantes en los actos del Jueves Santo en Verges (Girona). Forman parte de una procesión que representa el recorrido de Jesús hasta el Calvario / EUROPA PRESS / GLÒRIA SÁNCHEZ

Andrea Pelayo

Andrea Pelayo

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La llegada de la Semana Santa me recuerda siempre a un momento del pasado. Hará unos 15 años, en plena adolescencia, quedé con mi primo para comprar unos discos en la calle Tallers. A la salida del metro, vimos un tumulto más grande de lo habitual en las Rambles: “¿Habrá trileros? ¿O habrá gente embobada mirando al Ronaldinho de Las Ramblas? Vamos a chafardear”. Nos acercamos y, para nuestra sorpresa, el emblemático paseo acogía una procesión.

No se parecía mucho a lo que habíamos visto en la televisión, nuestro único contacto con esta tradición. Ni era la impresionante Madrugá de Sevilla ni la sobrecogedora Rompida de la hora en Calanda. No era igual de emocionante ni sentida, pero a mí me dejó huella. No tengo claro si fue lo inesperado de encontrarla por casualidad, sin saber siquiera que existía, o lo chocante de ver la combinación improbable de fieles entregados con una masa de turistas en chanclas que no sabían exactamente lo que estaban viendo ni cómo comportarse alrededor de las imágenes.

Simplemente, quizá me impactó, en positivo, el valor que tenían las hermandades al reclamar un espacio público conquistado por la procesión de los guiris, un desfile mucho más extensivo en el tiempo (de marzo a diciembre, Barcelona es suya) y en el espacio (el tapón no se produce, ni mucho menos, solo en las Rambles). Vista nuestra eterna confianza en el turismo como tabla de salvación, la de los guiris es otra procesión verdaderamente sagrada. Una que nos permite tener Semana Santa todo el año y que convierte los desplazamientos de los barceloneses de la zona centro en un auténtico Via Crucis.

En nada estaremos también ante la procesión de los atascos de la operación retorno o ante la cabalgata de las caras largas en el metro al volver al trabajo. Eso sí, con la obligatoriedad de la mascarilla en el transporte público igual se nos nota menos. Se confirma: ha vuelto la normalidad prepandémica y a mí sigue asaltándome la misma duda de los últimos dos años. ¿Podríamos haber conseguido vivir de otro modo?

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