La teleguerra tampoco funciona
Todas las resoluciones bélicas se adoptaban desde Moscú, a ciegas y con retraso
Matías Vallés
Periodista
Se impone con terquedad la estampa de una guerra que no solo prolonga la crisis económica de la covid, sino que ha sido causada por la pandemia. El confinamiento de Putin, por su pavor al contagio digno de un Michael Jackson, ha favorecido sus delirios imperiales sin contrastarlos con un entorno inexistente. La realidad paralela causa estragos de magnitud desproporcionada, si dispones de un millón de hombres condenados a morir en tu nombre. El fracaso de la invasión, donde ha quedado claro que Ucrania es demasiado grande para ser engullida por Rusia, también se debe a la utilización de las tácticas de supervivencia ensayadas contra el coronavirus.
Los generales estadounidenses, ansiosos por hacerse perdonar los desastres militares de Irak y Afganistán, rastrean hasta el mínimo error de la destrucción de Ucrania a cargo de Rusia. Un mes largo después del inicio del conflicto, los expertos americanos descubrieron que no había dirección de las tropas del ejército ruso sobre el terreno. Todas las resoluciones bélicas se adoptaban desde Moscú, a ciegas y con retraso. Es decir, la teleguerra recién estrenada se contagia del catálogo de vicios que desaconsejan el teletrabajo, que fue la única imposición de la covid aceptada con entusiasmo por los negacionistas.
El teletrabajo es ideal para sus beneficiarios, que encima se disfrazan de víctimas, pero corroe el objetivo de la actividad laboral. La teleguerra es otro hallazgo de la revolución digital, que garantiza asimismo el hundimiento de la empresa bélica. El apresurado nombramiento del general carnicero Dvornikov no obedece tanto a sus acreditadas capacidades asesinas como a desplazar la dirección de la guerra sobre el terreno, hasta manchar su impoluto uniforme de sangre ucraniana. Todavía, la guerra debe librarse sobre el terreno y la derrota está en los detalles. Alemania perdió el penúltimo conflicto mundial porque Hitler se levantaba poco antes del mediodía, y las decisiones quedaban paralizadas hasta que el Führer se desperezaba. Eso sí, la teleguerra fracasada ofrece el argumento ideal exculpatorio, el mismo que el teletrabajo. «Yo no estuve allí».
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