Artículo de Gemma Altell

Ucrania, una nueva guerra que legitima la violencia contra la mujer

Muchos hombres mueren y morirán a manos de otros hombres también llamados a destruir como mandato de género de lo que no se puede escapar

Una mujer pasa junto a las barricadas que se levantan en Kiev.

Una mujer pasa junto a las barricadas que se levantan en Kiev. / Miguel Gutiérrez

Gemma Altell

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Las guerras son el máximo exponente de la cultura, del sistema patriarcal. Son la única forma de “resolver” los conflictos aceptada y legitimada todavía, desgraciadamente, a día de hoy por nuestra sociedad. Sin aprender de lo que ya hemos vivido como especie humana volvemos a repetirnos en una espiral sin fin. Un desastre humanitario en todos los conflictos armados que existen actualmente en el mundo. Pretender una transformación feminista significa también romper con toda la lógica de la violencia.

La guerra de Ucrania no es una excepción y, por ser más visible en los medios y producirse en Europa, nos perturba más. Ante esta guerra que podemos seguir casi minuto a minuto observamos que ya desde el inicio se impuso una distribución por roles de género que coloca a cada uno en su supuesto papel dejando a un lado las situaciones o condicionantes personales. Es evidente que la geopolítica y la distribución del poder tienen también una lectura desde una perspectiva feminista. Tanto en las causas como en el liderazgo testosterónico, dominante y violento de Putin. Pero en esta reflexión quiero centrarme en la situación que les ha tocado vivir a hombres y mujeres en esa guerra.

Por un lado, los hombres han sido obligados a quedarse en el país. A defender con sus cuerpos y a través de la violencia una patria. Independientemente de si esa patria es lo prioritario para ellos. Se da por supuesto -como en todas las guerras vividas anteriormente a lo largo de la historia de la humanidad- que todos los hombres llamados a filas serán valientes y estarán dispuestos a morir por su país. Tal y como manda la épica de la masculinidad hegemónica que es tan dañina para los hombres que la habitan (voluntaria o involuntariamente). No hay espacio para la debilidad, para el miedo, el cuidado, la voluntad de priorizar la vida por encima del país. Se parte de la simple y extendida idea de que todos los hombres están "cortados por el mismo patrón". Tal y como marca la norma de género. Muchos hombres mueren y morirán a manos de otros hombres también llamados a destruir como mandato de género de lo que no se puede escapar. Se trata de vencer a cualquier precio.

¿Y las mujeres? Las mujeres son relegadas a ser las conservadoras de las familias, son consideradas vulnerables y, a la vez, tienen el encargo de cuidar de las personas vulnerables (niños y mayores). En definitiva, de preservar la vida mientras los hombres están obligados a labrar destrucción. Un encargo imposible cuando son desprovistas de todo, deben abandonar sus hogares, los trabajos, los hombres de sus familias, todo. En el caso de las mujeres no existe ni siquiera el encargo explícito “por la patria”; la capacidad para ejercer los cuidados, la crianza en cualquier circunstancia está tan naturalizada socialmente que se da por descontada y así es invisibilizada. En los escenarios de guerra las mujeres, niños y otras personas deben dejar el espacio público. El campo de batalla se entiende como el lugar donde se juegan las cuestiones importantes, las que después aparecerán en los libros de texto y serán visibles como triunfos o fracasos y ellas (porque no somos nosotras que miramos desde una pantalla) no serán recordadas como heroínas a pesar de sostener la vida de las personas ucranianas.

Pero las mujeres viven también violencias por el hecho de ser mujeres en las guerras. En Ucrania, también como en todas las guerras anteriores a lo largo de la historia, los cuerpos de las mujeres son un arma de guerra. También aquí son violadas como forma simbólica y real de ejercer la dominación sobre la población ucraniana y también en su tráfico migratorio corren el riesgo de ser traficadas –las mujeres y las niñas especialmente– entre otras situaciones que viven. Estas son las violencias más evidentes pero también en su largo periplo pueden ser explotadas laboralmente, pueden sufrir violencias sexuales, pueden ser cuestionadas en el ejercicio del cuidado entre otros.

No es casualidad que observemos a la vez todos los estereotipos de género. Vemos cómo se despliega la maquinaria patriarcal para hacerla encajar con un mundo que ya no puede seguir sustentándose en la violencia para mantener el poder en manos de los de siempre como forma de dominación. Hoy es Ucrania y mañana veremos. O cambiamos el mundo o nos destruimos.

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