Artículo de Juan Soto Ivars

El gran reemplazo: Los nuevos protocolos de los sabios de Sion

La teoría del 'gran reemplazo' no arraigaría si no fuera porque el sistema políticamente correcto ha negado que existan problemas con la inmigración o el Islam

Gente con mascarilla por las calles de París

Gente con mascarilla por las calles de París / REUTERS / VIOLETA SANTOS MOURA

Juan Soto Ivars

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La derecha identitaria ha respondido a la guerra santa de los talibanes con un arsenal de propaganda y han elaborado un relato donde las personas más vulnerables del Occidente, los emigrantes de países pobres y sus hijos, son un grupo opresor que corroe nuestra identidad, nuestro ser. En las elecciones francesas, tanto Le Pen como Zemmour son adictos a la teoría del 'gran reemplazo', aunque ha sido el segundo quien ha puesto más énfasis en mencionarla.

Esta corriente no solo convierte al musulmán en un ser apestado, sino que vuelve herejes, malos patriotas, a quienes opinan que la convivencia interreligiosa en un contexto de Estado laico es posible si se cambian las cosas. Quieren una Europa regida por el identitarismo y dividida en patrias fuertes y orgullosas: la misma que una y otra vez ha llevado al continente a la guerra. Proponen la autodeterminación de las naciones como alternativa al globalismo, no con el fin de corregir las desigualdades económicas que la globalización ha provocado, sino para protegernos de la contaminación cultural.

Dicen defender “nuestros valores” pero mancillan valores tan nuestros -tan europeos- como la tolerancia, la fraternidad, el 'cosmopolitanismo' o la igualdad. Para acusar a ciertos inmigrantes de parásitos, no les importa verlos trabajando en el campo, las obras o recogiendo chatarra por la calle. Bajo esa apariencia inofensiva se esconde, según ellos, el soldado invasor.

Así lo asegura la teoría del gran reemplazo. Con ella han actualizado el viejo cuento de 'Los protocolos de los sabios de Sion', obra inspiradora para los fascismos del siglo XX y que, por cierto, sigue fascinando a los fundamentalistas islámicos en su pugna contra los judíos. Aquel libelo desvelaba las actas secretas de un congreso de poderosos sionistas sin identificar, pero era falso: invención del teólogo ruso, agente de la policía del zar y tremendo antisemita Sergei Nilus. Como puede verse, la influencia de Rusia en la ultraderecha europea mediante los bulos no empezó con los bots.

'El gran reemplazo' viene a ser la adaptación de aquella paranoia al contexto actual, cambiando al sujeto destructor y desautorizando conceptos caducos. Disfraza la vieja xenofobia con un traje que la hace parecer menos burda y evidente. Sortea el ominoso concepto de la “raza” y elige el vocablo “cultura”, pero este opera de la misma forma. De la “cuestión judía” se pasa a la “cuestión musulmana” en Europa y a la “cuestión hispana” en los Estados Unidos, y esta vez no son zafias falsificaciones de actas secretas lo que se desvela, sino simples opiniones aparentemente bien razonadas, basadas en estadísticas de inmigración, presión demográfica y la denuncia de problemas tan ciertos como silenciados por la corrección política.

Recomiendo leer a Renaud Camus, el inventor de esta teoría. No es ningún idiota. Fue un icono de la izquierda radical francesa de los años setenta, abanderó las luchas del movimiento gay y el filósofo Roland Barthes prologó sus memorias de 1979. Su teoría declara que existe una agenda secreta cuyo objetivo es suprimir a los blancos y los cristianos con una inyección por goteo islamista. Según él, dado que los inmigrantes se reproducen más rápido que los franceses, estos serán minoría en algún momento y tendrán que aceptar ser gobernados por cortes islámicas y leyes coránicas. Eleva al rango de cosa cierta la fantasía que el escritor Michel Houellebecq utilizó para escribir su novela 'Sumisión'. Y millones de franceses han votado por dos políticos abrazados a esta teoría.

La vigencia de esta teoría no bebe de la solidez de sus argumentos, que no existe, sino del recelo a debatir de la otra parte. Esta clase de paranoia no arraigaría si no fuera porque el sistema políticamente correcto ha negado que existan problemas con la inmigración o el Islam. La ultraderecha aprovecha ese silencio y exagera los problemas derivados de políticas de integración desganadas que, con demasiada frecuencia, se rigieron por la máxima de barrer los escándalos debajo de las alfombras. La pujanza de estas ópticas debería despertar a la izquierda y a los liberales, y convertirse en un acicate para enfrentar el asunto sin negar que provoca problemas. Llamarles “fascistas” es pura autocomplacencia progresista.

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