GOLPE FRANCO

El grito de Piqué

Piqué en partido de Europa League con el Barça

Piqué en partido de Europa League con el Barça / EFE

Juan Cruz

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Cuando el Barça se atascó ante el Sevilla y aquella portería de Bono parecía el marco infranqueable que decían Miguel Ángel Valdivieso y José Félix Pons, Piqué se alzó del suelo del Camp Nou y disparó un cabezazo que estuvo a punto de ser gol.

Fue una de las incursiones del mejor central contemporáneo del Fútbol Club Barcelona, que en esa demarcación tuvo, por ejemplo, a Jesús Garay Vecino, capaz de centrar como Iniesta y que se parecía a Gary Cooper en Solo ante el peligro. Al contrario que aquellas viejas glorias que le precedieron, el central que ahora ocupa todo el ancho del campo ante Ter Stegen es multimillonario, está casado con una mujer aún más famosa que él y, cuando era más joven pero ya famoso en el fútbol, distraía a sus amigas burlándose de todo lo solemne que ocurriera.

Demostraciones de capacidad

En ese sentido, Piqué era un bromista, alguien que no soportaba el horror vacui y sentía que debía estar siempre haciéndose el gracioso. Además, caía en gracia. Cuando regresó al Camp Nou después de su excursión anglosajona, regresó a las antiguas amistades, y éstas estaban encantadas de reconocer que no se le habían subido ni el dinero ni la fama a una cabeza equipada no sólo para la inteligencia sino, sobre todo, para el remate.

Fue pródigo en demostraciones de su capacidad para convertirse (como su amigo y adversario Sergio Ramos) en goleador de última hora, salvando al equipo que fuera (el Barça, la selección española) de las dramáticas jornadas en que no entraba ningún balón en la portería de enfrente.

Eso pasaba el día del Sevilla, cuando el partido agonizaba y el Barça que le había ganado al Madrid con tanta holgura parecía un preludio del fútbol intransitivo que practicó este jueves en Francfort donde, por cierto, nuestro querido Gerard tuvo la mala suerte de lesionarse.

Grito de bravura

En ese encuentro con el Sevilla, Pedri hizo una obra de arte que acalló el grito más desgarrador que yo haya visto en el fútbol histórico del Barça. Aquel córner había puesto la miel en los labios de los barcelonistas, Piqué se levantó por encima de sí mismo y el peligro hizo mascar el caramelo del triunfo. Ya se sabe que no consiguió gol, así que lo que se tiene que guardar de ese instante es el grito de bravura rota con el que se lamentó el futbolista de su desairada relación con la suerte.

Fue un grito como el del cuadro de Munch, o como el de un niño al que le roban unos malvados su juguete. Me quedé en el sillón pensando que me hubiera gustado estar en el campo para decirle que ahora más que nunca él está siendo tan serio en el equipo que no tiene por qué llorar o gritar cuando el fin de una jugada no es el momento más feliz de un encuentro.

Ese grito de aficionado vale más que un gol en el marcador. De hecho, ahora pienso que quizá Pedri hizo su gol inolvidable para regalárselo a ese hermano mayor que en seguida lo fue a abrazar como Pep Guardiola lo abrazaba a él en tiempos que ambos fueron tan felices y en el Barça.

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