La campaña militar (15) | Artículo de Jesús A. Núñez Villaverde

Crímenes de guerra: Kramatorsk

Hace ya mucho que la población civil se ha convertido en un objetivo explícito de los violentos, y las razones que explican esa inquietante tendencia varían

Ataque a la estación de Kramatorsk

Ataque a la estación de Kramatorsk

Jesús A. Núñez Villaverde

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No hay, por desgracia, ningún conflicto armado en el que no se produzcan crímenes de guerra. La experiencia enseña que, mientras los Convenios de Ginebra han sido pisoteados desde su misma aprobación y la Corte Penal Internacional padece un notable sesgo y claras limitaciones en sus actuaciones, ninguno de los instrumentos creados para hacerles frente resulta efectivo para disuadir a sus perpetradores. Ucrania está siendo actualmente un escenario bélico en el que esa sensación vuelve a repetirse, con el ataque indiscriminado a los civiles que se agolpaban en la estación ferroviaria de Kramatorsk como el ejemplo más reciente, pero no el primero ni el último que cabe contabilizar en una guerra sin final a la vista.

Hace ya mucho que la población civil se ha convertido en un objetivo explícito de los violentos. Solo así se puede entender que, en un contexto en el que las armas son cada vez más precisas y operativas en cualquier circunstancia meteorológica, las víctimas civiles superen a las de los actores combatientes en muchos conflictos. Las razones que explican esa inquietante tendencia varían desde el intento, en las guerras asimétricas, por castigar a la población civil para cortar el cordón umbilical que puedan tener con el grupo insurgente a eliminar, hasta el de quebrar la moral y la capacidad de resistencia de una sociedad, como es el caso en la masacre de Kramatorsk. Y eso incluye la violación sexual como arma de guerra, el asesinato, los malos tratos o la deportación de civiles desarmados, las torturas y el asesinato de prisioneros de guerra, la toma de rehenes (como escudos humanos o como bazas de negociación), el pillaje de bienes públicos o privados y la destrucción indiscriminada de localidades.

Obviamente, ningún actor combatiente quiere ser señalado como responsable de esas atrocidades. Por eso, cuando alguno de esos crímenes sale a la luz y provoca un efecto mediático tan impactante como el producido con la matanza de Kramatorsk, no sorprende que se recurra nuevamente a la propaganda de guerra para tratar de eludir toda responsabilidad, procurando endosársela directamente al adversario. Así, mientras Kiev identificaba de inmediato a Moscú como responsable de la tragedia, señalando que en el ataque se habían empleado dos misiles balísticos de corto alcance Tochka-U 9M71, Moscú respondía a la carrera que sus fuerzas no contaban desde hace años con ese modelo y que, por tanto, el culpable solo podía ser Ucrania, que sí cuenta con ellos.

Por desgracia para Moscú, muy pronto ese argumento quedó totalmente desacreditado, dado que, en primer lugar, hay registros de las emisiones públicas rusas de esa misma mañana, vanagloriándose del éxito obtenido en el ataque contra tres estaciones ferroviarias, incluyendo Kramatorsk; por entender que de ese modo se dificultaba el suministro de material de combate a las tropas ucranianas que se aprestan para defenderse del inminente ataque que Rusia está preparando en el Donbás. Igualmente, la insistencia en que Moscú no cuenta con esos misiles quedó anulada por las imágenes y noticias de su uso en las maniobras que las fuerzas rusas realizaron en Bielorrusia en vísperas de la invasión ucraniana del pasado 24 de febrero. Por su parte, el Pentágono no ha dudado tampoco en responsabilizar a Rusia del ataque, identificando a los misiles atacantes como SS-21 Scarab, que corresponde a la denominación OTAN de los citados Tochka-U.

Otra cosa muy distinta será lograr que los culpables paguen por su crimen.

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