Artículo de Marta Buchaca

Perdonen la nostalgia

Dos acontecimientos me han sumido en el “cualquier tiempo pasado fue mejor”: el regreso de Antònia Font y un documental sobre La Cubana

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Marta Buchaca

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En los últimos días dos acontecimientos me han sumido en una nostalgia de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. El primero, hacía meses que se venía anunciando y la expectación era máxima: Antònia Font volvía y sacaba nuevo disco. En un primer momento, la noticia me alegró. Pero el sentimiento generalizado de euforia de estos días por el retorno del grupo me hizo pensar. ¿Qué es lo que nos hace tan felices? ¿Que vuelva Antònia Font o que vuelva la persona que éramos cuando les escuchábamos, hace ocho años? Yo hace ocho años era muy distinta a la que soy ahora. Para empezar, soy madre de dos niños pequeños, así que estoy un poco lejos de la mujer libre y sin compromisos que cantaba a pleno pulmón, “Patxanga, que jo només vull patxanga total” con un cubata en la mano, sin mascarilla ni pandemia mundial de fondo o que bailaba desenfrenada su 'Wayeah!' con colegas, saltando y cantando como si ni la madurez ni el tedio fueran capaces de alcanzarnos nunca. Volveremos a escuchar a Antònia Font aunque eso no nos convierta en los que éramos hace ocho años, pero el poder de la música probablemente hará que pensemos que lo somos. Y supongo que ahí está la magia. 

El segundo acontecimiento nostálgico de la semana fue el documental que se emitió en 'Sense Ficció' de TV3 'Més enllà de La Cubana', sobre los cuarenta años de la compañía. Un reportaje excepcional que transmite una manera de entender el teatro que temo que ya no sea habitual. Esa pasión, ese hacer sin pensar en las consecuencias, esa libertad, esa locura sin límites, sin barreras, sin un “no” por respuesta. Lo primero que vi de La Cubana fue 'Cegada de Amor', y recuerdo la sensación de estar viendo algo increíble. Los actores entrando y saliendo de la pantalla, el jolgorio desde platea, el descaro, el juego, el morro. Qué gustazo lo que hacían, qué nostalgia de ser esa adolescente otra vez, de sorprenderme por algo nuevo en un teatro, por algo irreverente, por algo nunca visto antes. En el reportaje hablan de 'Cómeme el Coco negro'. Yo no la vi nunca en directo, pero recuerdo a mi madre contármelo entusiasmada: la bronca del acomodador cuando llegaron al teatro, las reacciones de la gente que no entendía qué pasaba, el desparpajo de los actores, su capacidad de improvisación, de juego. Jugaban, jugaban todo el rato, y también tengo nostalgia de eso, de ser espectadora de eso en nuestros escenarios, donde el riesgo tiene cada vez menos espacio, donde hay cada vez menos salas, donde una cultura uniforme y monocorde va ocupándolo todo. 

A mi entender, lo mejor de La Cubana era que arriesgaban haciendo teatro popular, que apostaban por nuevas formas con la voluntad de llegar al máximo número de público posible. Me da rabia y, sobre todo, pena, sentir que hace treinta años se innovaba más que ahora. Y eso que nuestra escena pide a gritos una reinvención, un nuevo punto de vista, algo distinto. ¿Pero qué? Ese es el reto.

De lo que más me sorprendió del documental fue recordar que 'Les Teresines' solo fueron 13 episodios de treinta minutos. Una serie protagonizada por tres mujeres valientes, arriesgadas y espabiladas que todos los que la vimos tenemos en la memoria. Siento nostalgia de esos tiempos en los que había tres canales. En los que las series eran algo único, algo excepcional, un acontecimiento. José Corbacho cuenta como una de las correctoras de TV3 acabó dejando el programa, ante la imposibilidad de cambiar “pedidu” por “comanda” y ante mil “castellanadas” más; que Jordi Milán defendió hasta al final para que sus personajes fueran reales y hablaran como se hablaba en la calle. Seguramente ahora, que vivimos la era de lo políticamente correcto en todo (hasta excesos, a mi entender, ridículos) sería imposible un producto como 'Les Teresines'. Porque aunque parezca que tengamos una libertad infinita siento que somos menos libres que nunca. En nuestros televisores, tablets, ordenadores, móviles, tenemos infinitas posibilidades de ocio: programas, series, películas. Un sinfín de opciones que a menudo me resultan abrumadoras y hacen que eche de menos los tiempos en que uno llegaba a casa y preguntaba: “¿qué ponen hoy en la tele?”. 

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