Las bromas y el honor
Las mujeres hace centenares de años que arrastran el agravio, que lo mastican, que se organizan, que tejen estrategias en todo el mundo
Jenn Díaz
Escritora.
El mundo ha cambiado a dos ritmos diferentes. Para las agraviadas eternas, las mujeres, basta de algunas bromas, de algunas dinámicas, de algunas conductas, de algunas situaciones incómodas. Basta de un mundo que las ha considerado inferiores y las ha ninguneado: en el terreno del humor y fuera de él. En este primer ritmo, el de las mujeres, hay siglos de sobrecarga. Parece que ahora quieren terminar ciertos roles en un santiamén, pero no es cierto: hace centenares de años que arrastran el agravio, que lo mastican, que se organizan, que tejen estrategias en todo el mundo, que se unen y luchan desde diferentes espacios, con diferentes métodos. Es un agravio que la mayoría de mujeres ha asumido como propio y ha convivido de la mejor manera posible. En función del volumen del agravio particular —hay uno que es compartido, comunitario—, de su peso, de la vergüenza que lo acompañe, lo han cargado con más o menos dificultades.
Por otro lado, el otro ritmo, el ritmo de los hombres, que no han asumido como propio —a diferencia de ellas— el agravio hacia las mujeres: cómo les ha impactado en sus vidas, cómo las ha condicionado, cómo han tenido que cargar aquel peso y aquellas normas que decidieron entre todos. No ellos, evidentemente, pero ‘alguien como ellos’. Y de golpe ahora ven como el mundo se va transformando poco a poco, quizás a un ritmo algo más alegre que en tiempos anteriores, y se los hace extraño. Piensan que ya no pueden hacer bromas de nada, que el mundo ha enloquecido, que es todo demasiado políticamente correcto, que la gente —los otros, los de los agravios, que he simplificado con las mujeres pero que son muchos más— se coge todo con papel de fumar. De golpe se han encontrado delante de un mundo que se derrumba —de todas las generaciones, le tenía que tocar a la suya— y ven como el nuevo viene algo más limpio, y aquellas normas no escritas ya no funcionan. Las bromas ya no hacen gracia, las situaciones incómodas incomodan, las dinámicas negativas se advierten y los agravios tienen nombres y apellidos. Ahora los parece que ya no pueden hacer nada sin que se los señale: a quienes hacen la broma, a quienes la ríen, a quienes la justifican, a quienes reaccionan con una bofetada. Pobrecitos.
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