Arenas movedizas | Artículo de Jorge Fauró

Prohibido hacer bromas

La bofetada de Will Smith a Chris Rock suma al debate del machismo y el de la violencia televisada el de los límites del humor. Si se indignaron por el chiste de la Teniente O’Neil, hay otro puñado de monologuistas que les harán temblar en la silla

La bofetada de Will Smith a Chris Rock suma al debate del machismo y el de la violencia televisada el de los límites del humor. Si se indignaron por el chiste de la Teniente O’Neil, hay otro puñado de monologuistas que les harán temblar en la silla

Will Smith pide disculpas por la bofetada en los Óscar

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Jorge Fauró

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Desde el mismo instante en que resonó la bofetada de Will Smith a Chris Rock hasta la hora en que usted está leyendo este artículo queda poco más que añadir, por lo que, pasados unos días, tal como ocurre con los duelos y las desgracias, se levanta la veda para agregar alguna arista incorrecta. Quizá vaya siendo hora de admitir que tenemos la piel muy fina. Machismo, violencia, masculinidad tóxica. Hasta ahí todos de acuerdo. Ahora bien, a quienes les pareció una afrenta el comentario de Rock sobre la calvicie de Jada Pinkett Smith, sepan que les quedan por descubrir un buen puñado de monologuistas de Estados Unidos y Europa que no solo les harán revolverse en la silla, sino que les llevarán a replantearse si hicieron bien renovando el contrato con su plataforma de televisión predilecta y si ese argumento escandaloso que le han escuchado a sus hijos no lo habrán oído en alguno de esos especiales servidos por 'streaming' al alcance de cualquier miembro de la familia.

Cada uno lleva su enfermedad como tenga a bien soportarla. Que alguien pierda el pelo no parece, en principio, algo grave en extremo, pero si ello conlleva problemas de autoestima o alteraciones emocionales que conducen a la depresión, entonces sí lo es. Es muy probable que Chris Rock conociera lo que representa para Jada Pinkett Smith perder el cabello. Ella lo había expuesto en redes sociales y es impensable que el humorista desconociera el grado de afección que para la actriz representa la alopecia. Desde ese prisma, por tanto, el comentario se entiende como gratuito y desacertado, pero no justifica la agresión. Como prueban las imágenes, a ella no le hizo la más mínima gracia, no así a Will Smith, que lo encontró desternillante durante unos segundos antes de pensárselo mejor y recorrer la distancia entre su asiento y el escenario para soltar el mamporro.

No sé si conocen a David Chapelle, Jimmy Carr o el más popular Ricky Gervais. Tienen en común con Chris Rock que todos se han hecho millonarios a costa del humor y que los tres cuentan con especiales más o menos avalados por el éxito en varias plataformas, sobre todo en Netflix. Entre todos ellos acumulan ‘grammys’ y ‘emmys’ para adornar varios salones. Gervais, incluso, cuenta ya con sus propias series de televisión, donde despliega el mismo humor corrosivo que en sus espectáculos o que en las galas de los Globos de Oro de las que ha sido maestro de ceremonias. Si los han visto alguna vez, entenderán que lo que se dijo en la ceremonia de los Oscars sobre Jada Pinkett y que precipitó la escandalera posterior es un diálogo infantil al lado de cualquier monólogo de Chapelle o de Carr. De hecho, la referencia a la calvicie de la teniente O’Neil era tan mala que de no ser por Will Smith habría pasado a mejor vida nada más conocerse el nombre del ganador en la categoría de Mejor Documental.

Chapelle, por ejemplo, se ha enfrentado en numerosas ocasiones a la comunidad LGTBi; el británico Jimmy Carr no elude hacer chistes sobre racismo o sobre la pederastia, no sin advertir a la audiencia antes de comenzar el show que lo verdaderamente grave y preocupante es la homofobia, el racismo o la pederastia, y que lo demás son solo eso, chistes. Es poco probable que alguno de los tres vaya a cambiar el rumbo de sus espectáculos si piensan que alguien de entre el público les puede agredir. Sin embargo, justificar a Will Smith sí debe poner en alerta a los miles de cómicos que se ganan la vida sobre escenarios menos glamurosos diseminados por bares y clubes de humor de todo el mundo. Siempre cabe la posibilidad de que emerja de entre el público algún ofendido dispuesto a soltar la mano.

En la delgada línea que separa la libertad de expresión y el derecho a sentirse ofendido caben aún varios grados de adaptación. ¡Si hasta Javier Bardem se rio de la broma machista que le hizo segundos antes Chris Rock en alusión a Penélope Cruz! Otra cosa es que el chiste se lo hubieran hecho en los Goya y que Bardem, en tal caso, se lo hubiera tomado con el mismo humor. Triunfar en Hollywood también acarrea alguna concesión a los principios de uno por sólidos que estos sean. 

Parece difícil que vuelva a repetirse un episodio similar del que ha sido triste protagonista el ganador del Oscar al Mejor Actor. Lo verdaderamente inquietante es el espacio cada vez más estrecho que le queda a la libertad de expresión. Y eso no tiene gracia.

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