Opinión | Copa América de vela

Editorial

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Golpe de timón de Barcelona

Como en los Juegos Olímpicos de 1992, con la candidatura a la Copa América de vela esta vez sí han sabido jugar al unísono administraciones de distinto signo y los operadores públicos y privados

Una imagen de la Copa América de Vela.

Una imagen de la Copa América de Vela. / EP

Los organizadores de la Copa América de vela confirmaron ayer que esta competición, la Fórmula 1 del mar, se celebrará en 2024 en Barcelona. El tercer evento deportivo con mayor impacto económico en la ciudad que lo acoge, tras los Juegos Olímpicos y la Copa del Mundo de fútbol, se convierte así en una oportunidad de oro para volver a poner a Barcelona en el escaparate del turismo internacional. Y eso más allá del impacto directo que tendrá sobre la hostelería y el sector náutico de la ciudad la movilización, durante dos años, de decenas de miles de participantes y periodistas y, durante los tres meses de competición, de visitantes de todo el mundo. 

La Copa América es organizada por el club náutico vencedor de la anterior edición, que se enfrenta al vencedor de unas eliminatorias previas entre equipos de todo el mundo que se celebran también en las mismas aguas que las regatas finales. Puede hacerlo en su país o optar por una oferta foránea atractiva, como sucedió por dos ocasiones en València cuando el anfitrión era Suiza o en esta, con los vencedores de Nueva Zelanda buscando una alternativa a una anterior edición en Auckland malograda por el covid. Barcelona ha presentado una candidatura seria que ha sido la elegida frente a competidores como Yeda (Arabia Saudí), Málaga o Cork (Irlanda).  

El planteamiento con que se ha abordado la organización de la Copa América, con gran parte de las instalaciones portuarias ya preparadas para acoger la competición, o necesitadas de inversiones realmente moderadas o ya previstas dentro de los planes de renovación de la fachada marítima, lo tiene todo para que la cita suponga un beneficio neto para la ciudad. No tiene Barcelona la necesidad de emprender una inversión onerosa como la que asumió València en un contexto económico y político muy distinto, con unos réditos urbanos palpables pero una factura multimillonaria que aún hoy resulta polémica. Hay lecciones que seguir, para evitar errores, y otras a aplicar, como la de los Juegos Olímpicos de Barcelona. No, en este caso, en lo que respecta a aprovechar la cita para invertir en la apertura de la ciudad al mar (ese trabajo ya se hizo en el 92 y es la herencia que ha hecho posible el actual reto)pero sí en la continuidad de otro gran acierto de aquella cita de hace ya 30 años: la cooperación entre todas las administraciones públicas de distinto signo político y la cooperación público-privada.

En este sentido es ejemplar la imagen que ofreció el acto en que se comunicó oficialmente que la candidatura de Barcelona a acoger la evento deportivo era la elegida, con la presencia del ‘president’ Pere Aragonès y el ‘conseller’ Roger Torrent, la alcaldesa de Barcelona Ada Colau y el teniente de alcalde Jaume Collboni, y el presidente del Port, Damià Calvet. En las antípodas de las zancadillas entre partidos y administraciones que han entorpecido otros proyectos que habrían sido no menos beneficiosos para Barcelona y Catalunya. Es ejemplar también el papel decisivo que ha tenido una entidad privada volcada en la promoción económica internacional de la ciudad, Barcelona Global, con su presidenta Aurora Catà, y los distintos operadores privados que han avalado la candidatura.  

Más allá de lo tangible, el anuncio de ayer tiene un valor intangible pero no menos valioso. Una dosis de autoestima para una ciudad desmoralizada tras demasiados episodios con finales descorazonadores.