Artículo de Jordi Nieva-Fenoll

Ensayo sobre la guerra

En política, particularmente en política internacional, con frecuencia hay muy pocas ganas de abordar conflictos latentes. Desencuentros que podrían producirse quizás pero que, mientras no estallan, nadie quiere abordar

Las delegaciones de Rusia y Ucrania en una de las últimas negociaciones presenciales.

Las delegaciones de Rusia y Ucrania en una de las últimas negociaciones presenciales.

Jordi Nieva-Fenoll

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Cualquier persona medianamente inteligente mira las guerras con desesperanza e impotencia. Es difícil entender hasta las últimas consecuencias por qué empiezan. Hay abundante bibliografía al respecto, acudiendo a nuestros orígenes más remotos, que delatan diversos móviles. Acostumbran a basarse en el instinto de supervivencia. Ataco cuando creo que puedo ser más grande, o cuando me siento amenazado. En cualquier caso, ambas cosas buscan asegurar la prosperidad y la estabilidad de uno mismo.

Más allá de esos orígenes antropológicos, cabe recordar que el derecho es un mecanismo para la prevención de conflictos, y particularmente –pero no solamente– de esa violencia bélica. Establecemos unas leyes para que se cumplan y no existan incertidumbres sobre aquello a lo que tenemos derecho. Cuando inevitablemente aparecen esas incertidumbres, obligamos a la sociedad a acudir a los jueces y prohibimos a la población que se tome la justicia por su mano, pues esa decisión conlleva una venganza que podría destruir el bienestar de nuestra sociedad. No siempre fue así, sino que en no pocos colectivos humanos se promovió la venganza, o al menos se toleró, pero nosotros hemos concluido, al menos oficialmente, que es contraproducente. Y hay que subrayar que nos va mucho mejor, pese a todo, que a esas sociedades vengativas. Los actos de violencia son muy puntuales, y ello nos concede bienestar.

Pese a todo, el derecho suele reaccionar cuando el conflicto ya se ha producido. Ciertamente, la existencia de la ley y de los tribunales es un poderoso mecanismo disuasorio para su prevención, simplemente por estar ahí, pero solo cuando aparece el conflicto se visualiza su enorme fuerza. Es en ese momento cuando se suele acudir al proceso judicial, a fin de buscar que un tercero al margen de los sujetos en discordia –el juez– diga cómo resolver ese conflicto. Suele dar la razón a uno de los sujetos, quedándose el otro con una cierta sensación de rabia o frustración en no pocas ocasiones.

Es por eso por lo que hace mucho tiempo que se intentaron ensayar alternativas al juicio, siendo la más difundida actualmente la mediación. Los contendientes acuden a un tercero pero no para que juzgue nada, sino simplemente para que dinamice su conflictiva relación a ver si así los dos sujetos opuestos consiguen llegar ellos mismos a una solución, que no pocas veces –guste o no– es propuesta más o menos explícitamente por el mediador. En todo caso, la mediación falla con frecuencia porque tiene la desventaja de que es difícil llegar a acuerdos justos entre personas enfrentadas. Las emociones están a flor de piel y eso nubla con frecuencia el pacifismo, o provoca el abuso del más pícaro o más poderoso en el acuerdo final.

Prevención

Aunque se piensa mucho en ello, pocas veces se arbitran medios preventivos de conflictos cuando esos dos contendientes se llevan bien y empiezan su relación. Imaginen a una pareja que antes de casarse pactara los términos exactos de una posible ruptura. Es infrecuente, pero tal vez si se hiciera más muchas parejas no se casarían, evitando disgustos posteriores. Puede que sea frío pactar una ruptura cuando todo es amor, pero es justamente entonces cuando es más fácil hacerlo.

En política, particularmente en política internacional, con frecuencia hay muy pocas ganas de abordar conflictos latentes. Desencuentros que podrían producirse quizás pero que, mientras no estallan, nadie quiere abordar. Algunos desaparecen, pero muchos se acaban enquistando. Sin embargo, los gobernantes sienten una lógica pereza a meterse en camisa de once varas y salir mal parados. Además, muchos de esos desencuentros soterrados los ven como una fuente de votos, y hasta llegan a azuzarlos. O incluso son percibidos como oportunidades futuras para negociar cuando haga falta, cediendo solo entonces a cambio de algo. Y de repente, reivindicaciones históricas que se creían irresolubles, se solucionan en pocos días por arte de magia.

Nadie cree que sea mejor prevenir salvo que el conflicto sea realmente muy avizorable, y la enorme mayoría piensa que resolver esos problemas es un error si no provocan, en aquel momento, daños relevantes, o si no se saca nada a cambio. 

Olvido, falta de prevención, codicia. Excelentes ingredientes para cualquier guerra.

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