No es el catalán, es el relato
Lo que da miedo, a pesar de la teatralización exagerada, no es la salud de la lengua catalana sino que se abra un nuevo ciclo político basado en el acuerdo y no en la confrontación
Ernest Folch
Editor y periodista
Ernest Folch
El acuerdo a cuatro bandas entre ERC, PSC, Junts y 'comuns' sellado el jueves y posteriormente puesto en suspenso es importante para el catalán, pero en realidad lo es mucho más para la política catalana. Porque efectivamente el acuerdo reconoce la situación indiscutible de debilidad del catalán, a la vez que actualiza la inmersión lingüística sin traicionar su espíritu. Es, además, una respuesta inteligente y posibilista a la sentencia del 25% y deja sin argumentos a los que promueven la confrontación lingüística, concediendo al castellano más recorrido como lengua vehicular solo si así lo deciden específicamente los centros de manera autónoma. Pero siendo todo esto muy importante no es ni siquiera lo más importante. La principal virtud del acuerdo es sin duda el acuerdo en sí mismo: por primera vez en muchos años se rompen los bloques en un asunto crucial y se ponen de acuerdo transversalmente cuatro de los cinco partidos históricos del Parlament. También por primera vez en muchos años, se consigue que el PSC vuelva explícitamente al consenso sobre la lengua, y como efecto rebote se aisla el discurso tóxico de PP y, especialmente, de VOX y Ciudadanos, partidos obsesionados en sacar rédito de la agitación lingüística: basta ver las reacciones airadas en la prensa de la ultraderecha madrileña al anuncio del pacto para constatar que, efectivamente, lo que produce miedo es que el discurso del odio vuelva a quedar arrinconado.
Se dirá, con razón, que es un acuerdo conseguido por pura necesidad o si se quiere por pura debilidad, que difícilmente se habría conseguido sin la controvertida sentencia del 25%. Y se dirá también que el acuerdo solo ha podido ser impulsado gracias al momento de debilidad que vive el independentismo, acorralado en sus contradicciones. Todo esto explica por qué Junts fue el único partido que, a pesar de haber participado activamente en el redactado y haber dado por bueno el acuerdo, tuvo que salir a matizarlo: de los cuatro partidos firmantes, es el único que todavía no ha resuelto la tensión entre pragmatismo e idealismo, entre una confrontación que reivindica pero solo de palabra y un posibilismo al que le obliga el día a día. Mientras ERC validó su moderación en las urnas, Junts oscila diariamente entre el realismo y la hiperventilación, entre la consellera Ciuró que pedía acuerdos con el PSC (y desmentida por su partido horas después) y el diputado Canadell, que anuncia en cada tuit que hay que culminar la independencia al día siguiente. Nada ejemplifica mejor el caos interno de Junts que el tuit del Consell per la República, 'alter ego' de Puigdemont, dinamitando un acuerdo que había liderado el propio Jordi Sànchez. Y es que, para Waterloo, aceptar un acuerdo transversal es en sí mismo una enmienda a la totalidad a su promoción de la confrontación, y hacerlo de la mano del PSC es poco más que un anatema. Porque para una parte cada vez más minoritaria del independentismo lo que pone en peligro el acuerdo del pasado jueves no es el catalán sino la estrategia de la confrontación, cada vez más insostenible en la práctica, como demuestra el triste final del 'caso Juvillà'. Lo que da miedo, a pesar de la teatralización exagerada, no es la salud de la lengua (por otra parte protegida por el acuerdo) sino que se abra un nuevo ciclo político basado en el acuerdo y no en el choque. Lo que aterroriza a algunos es quedarse sin relato. El acuerdo de PSC, ERC, Junts y 'comuns' representa el 71% de los votos y el 78,5% de los diputados de las últimas elecciones, un dato demoledor que dejaría en fuera de juego a todos los demás. Hay independentistas que necesitan urgentemente que se les de una pista de aterrizaje a la normalidad, fuera de la indignación de Twitter. Por eso el acuerdo es tan trascendente.
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