Análisis

Lo que cambia esta guerra

El campo de batalla de este nuevo conflicto bélico son las soberanías compartidas frente a nacionalismos salvajes

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, en una imagen reciente.

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, en una imagen reciente. / -/Ukrinform/dpa

Rafael Vilasanjuan

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Cada vez que una nueva crisis tiene cobertura global creemos estar frente a un cambio de era. Cayó el muro de Berlín y se anunció el fin de la historia, con la guerra de los Balcanes entendimos cerrar el siglo XX, el desplome de las torres gemelas nos llevó a intuir el final del mundo antiguo, y así hasta llegar a la pandemia.

Cada nuevo riesgo abre un horizonte de nuevas incertidumbres, sin embargo, si analizamos cada una de estas crisis con el paso del tiempo y, sobre todo, si las ponemos en la perspectiva de la guerra en Ucrania, no parece que hayamos franqueado la línea que nos lleva de una era a otra. Mas bien parece como si no avanzáramos.

La amenaza de que esta guerra se extienda nos ha devuelto de golpe a los fantasmas del pasado. El final de la historia no parece evidente. Bosnia no fue la última guerra de una Europa construida como espacio de paz y libertades; en cuanto al terrorismo islámico a pesar de su amenaza, tampoco es el principal peligro de nuestras sociedades y por si fuera poco, las lecciones de la pandemia están lejos de habernos convencido que tenemos que cambiar para evitar nuevos riesgos emergentes como los que traerá un calentamiento global que anuncia crisis para las que tal vez no encontremos vacuna.

Aisladamente cada una de estas crisis ha ido dejando rastro y aunque no podamos hablar de un cambio radical, la suma nos deja la conclusión de que nuestro mundo seguro, el de países con economías mas avanzadas, tal vez no lo sea tanto. De ahí que sea necesario plantearnos si esta guerra puede ser la gota de un nuevo vaso que pueda cambiar el futuro.

Otro escenario

El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, el héroe que emerge diariamente entre el humo y las ruinas de un país devastado ha tenido la virtud de abrir el debate en el Consejo de Europa: “decidir con quien estáis”. Aunque de sus palabras pueda intuirse el regreso a la Guerra Fría, la división no es entre capitalismo y comunismo. Hace tiempo que los países comunistas dirigieron sus economías por la senda del capitalismo más salvaje, entregando buena parte de sus recursos a quienes están más cerca del poder.

¿De qué bandos hablamos? Pensábamos que en tiempos de globalización bastaría la interdependencia económica para evitar guerras y desde Europa se pensó que ir ampliando el espacio común de prosperidad acabaría creando complicidad con el gigante ruso. Pero esta guerra abre otro escenario.

Por suerte nos ha cogido con un presidente americano que entiende que el riesgo sigue siendo compartido. Con Trump en la Casa Blanca, estaríamos en manos del capricho de dos descerebrados con una ambición ultranacionalista común. Ahí está la división. Europa es precisamente lo contrario: un espacio de prosperidad compartida entre estados. Lo que cambia esta guerra es que, aunque no estemos solos, tenemos que dejar de depender de otros si queremos defender esta idea. Soberanías compartidas frente a nacionalismos salvajes. Este es el campo de batalla de esta nueva guerra.

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