Artículo de Manel Esteller

Muerte de las células

Existe una mortalidad nuestra necesaria, fisiológica y funcional

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Manel Esteller

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El deseado equilibrio del número de células que forman un órgano o un tejido (homeostasis, dicho de forma fina) está en poner en un lado de la balanza la proliferación, es decir la división celular, y en otro lado de la báscula la muerte o desaparición de esas células. Por ejemplo, en las demencias como el Alzheimer, la proliferación es cero porque las neuronas no se dividen y al mismo tiempo se van degenerando, con lo que al final el balance es que se van perdiendo estas bellísimas células en el cerebro de estas personas. En el cáncer la ecuación es distinta: las células tumorales no paran de reproducirse y al mismo tiempo mueren pocas con lo que el rédito final es de un sobrecimiento de esa zona, originándose un tumor. De los mecanismos y procesos relacionado con la excesiva división de las células transformadas ya he hablado en otras ocasiones, así que, si les parece bien, me gustaría explicarles unas poquitas cosas de cómo las células van directamente al cielo o dónde sea.

El cuerpo humano, así como el resto de seres vivos pluricelulares, tienen unos mecanismos precisos y altamente regulados para controlar la muerte de sus células. Es decir, existe una mortalidad nuestra necesaria, fisiológica y funcional. Les pongo varios ejemplos. Durante el ciclo menstrual, la regla no es más que el producto de una muerte programada de unas células que, al no haber recibido un embrión para implantarse en el útero, no son útiles. Deben morir y así son expulsadas. En nuestra piel continuamente millones de células mueren y se descaman para dar lugar a células jóvenes que nos darán una mejor cubierta a nuestro cuerpo y protegerán nuestros órganos internos. Durante los primeros años tenemos una elevada cantidad de una grasa “parda” que va desapareciendo de forma perfectamente controlada y la grasa “blanca” (o amarillenta) ocupa casi de forma mayoritaria la masa grasa del adulto. Y también cuando en el embrión se van formando las diferentes estructuras algunas células más inmaduras deben morir para dar paso a elementos más especializados, capaces de realizar actividades ultraespecíficas. Es decir, la muerte forma parte de la vida, también a nivel celular.

Las vías de que disponemos para esta muerte organizada son diversas. La más conocida es la ruta de la apoptosis. En la misma cuando se ha decidido que una célula debe morir porque es lo mejor para el organismo, unas proteínas empiezan a cortar el ADN creando una “escalera” de material genético, similar a un dominó donde van cayendo piezas de un tamaño similar una tras otra, además el núcleo de la célula se compacta y en general todo se hace más pequeño.

No deja de ser irónico que cuando envejecemos también nos encogemos, en este caso probablemente debido al adelgazamiento de los discos intervertebrales. Diversos componentes regulan la apoptosis, unos a favor y otros en contra, como todo en esta vida. Las caspasas promueven la muerte celular programada mientras que el gen BCL-2 se opone a que la célula muera. Y claro todo esto se puede relacionar con el cáncer. En el mismo las caspasas pierden su actividad y BCL-2 se activa con lo que la célula maligna se vuelve inmortal. Se las sabe todas. No obstante, hay diversos fármacos usado en la quimioterapia que al final tienen un efecto antitumoral porque acaban empujando a la célula tumoral a la apoptosis. Lamentablemente la célula cancerosa, como si fuera una bacteria delante un antibiótico, siempre busca mecanismos para escaparse de esta inducción de muerte. Es un juego de perro-gato-ratón macabro que se repite continuamente.

Existen otros tipos de muerte celular como la cromotripsis donde los cromosomas parecen explotar en una despedida a lo grande, como si fueran la banda de música del Titanic que no dejó de tocar mientras el barco se hundía. Y otras formas más aburridas como la necrosis. Pero en el fondo esta última puede ser ejemplo de que la ambición desmedida puede ser nuestro final. Les explico. Sucede que cuando un tumor se expande a toda velocidad, a veces va tan rápido que los vasos sanguíneos no lo pueden seguir y entonces no llegan nutrientes a ciertas células cancerosas y mueren. Por eso cuando vemos un tumor grande a veces la zona central está necrosada con un característico color negro, como si hubiera muerto de frío de forma similar a los dedos de un excursionista perdido en la nieve. Vida y muerte, dos caras de una misma moneda también a nivel microscópico.

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