La OTAN tiene límites, Putin no
Moscú puede decidir el empleo de armas de destrucción masiva, incluyendo las nucleares
La única vía de resistencia de los ucranianos pasa por el apoyo que reciba desde el exterior
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Putin sigue creyendo que todavía está a su alcance la victoria militar en Ucrania. Zelenski sabe que, con sus propias fuerzas, lo máximo que puede lograr es evitar una derrota definitiva y empantanar a los invasores rusos indefinidamente, confiando en que eso abra la vía de la negociación. Queda por ver, a partir de una situación en la que las fuerzas combatientes no parecen estar en condiciones de forzar a corto plazo un cambio radical sobre el terreno, qué margen de maniobra tienen Moscú y Kiev para lograr sus objetivos.
Por lo que respecta a Moscú, parece cada día más claro que con los efectivos desplegados hasta ahora no va a lograr lo que pretendía con la invasión. Ni ha logrado la caída de Kiev ni siquiera el control completo del Donbás. Su rendimiento está muy lejos de lo que se le presuponía a uno de los ejércitos más poderosos del planeta y ahora se encuentra con enormes problemas para relevar a unas unidades que están sufriendo un alto nivel de bajas, sin que haya noticias sobre los supuestos “voluntarios” sirios o las tropas bielorrusas que iban a reforzar a las rusas. Tampoco parece contar con municiones guiadas en número suficiente para provocar resultados concluyentes ni capacidad para lanzar un asalto anfibio sobre Odesa; lo que se traduce en el uso de fuego artillero que tan solo provoca daños indiscriminados a la población civil y destrucción de la base industrial ucraniana, pero no en el control de zonas amplias que impidan los contrataques ucranianos contra las unidades que pretenden cercar Kiev o contra sus bases logísticas y su retaguardia.
Pero en todo caso, Putin sigue disponiendo de muchas opciones para seguir adelante con su apuesta militarista y, sobre todo, no tiene más límites que los que él mismo quiera imponerse. Puede enviar más tropas, retrasar la vuelta a sus casas de los conscriptos que el próximo día 1 cumplen su periodo de servicio militar o incluso puede decretar una movilización general. De igual modo, tiene en sus manos la posibilidad de incrementar el castigo contra la población ucraniana empleando más y mejores armas, estén o no prohibidas por la legislación internacional. Y, dado que ninguna opción es ya descartable tras el lanzamiento de la invasión, Putin puede también decidir el empleo de armas de destrucción masiva, incluyendo las nucleares.
Por su parte, Zelenski dispone de muchas menos opciones. A estas alturas ya tiene movilizadas y embebidas en combate a todas sus fuerzas, incluyendo a los batallones de defensa territorial y a los varios miles de voluntarios internacionales que conforman la Legión Internacional. La base industrial que permite alimentar la guerra, duramente castigada por la artillería rusa, está ya al límite de su capacidad y su situación económica tampoco le permite endeudarse mucho más para poder financiar el esfuerzo bélico. En esas condiciones, su única vía de resistencia pasa por el apoyo que reciba desde el exterior, fundamentalmente de la OTAN. Y, como ha vuelto a quedar claro en la Cumbre del pasado día 24, la Alianza sigue atada por sus propias limitaciones; lo que significa que ni está dispuesta a establecer una zona de exclusión aérea, ni a activar una operación de paz en territorio ucraniano, ni a suministrar a Kiev aviones o sistemas de armas complejos ni, mucho menos, a enviar a sus soldados a luchar contra los invasores rusos en territorio ucraniano.
En esas condiciones, y al margen de las generalizadas simpatías que genera su causa, Kiev lo tiene muy difícil.
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