Conocidos y saludados | Artículo de Josep Cuní

Haciendo del error virtud

El texto que ayudó a elaborar la ‘exconsellera’ Rigau para garantizar que la enseñanza se adapte a las diferentes realidades y la sociedad siga beneficiándose del privilegio de entender, hablar y escribir las dos lenguas oficiales ha sido dinamitado por esa facción de Junts instalada en su revolución permanente y decidida a cargarse la posible paz lingüística.

Irene Rigau

Irene Rigau / RICARD CUGAT

Josep Cuní

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Hay conceptos populares que cuando se aplican a la política es para denostar al señalado. “Pijo-progre”, por ejemplo. Aquella persona “con buen nivel económico y de apariencia conservadora pero con ideas modernas y liberales que se consideran impropias de ella”. O sea, la etiquetada desde el prejuicio. Si así ridiculizan en público destacados miembros de partidos políticos que encubren su ignorancia usando tópicos aparentemente ocurrentes, ¿qué no harán sus bases? Pues concluir que cualquiera que esté en sus antípodas es directamente fascista o comunista, independentista o unionista, propio o botifler. Sin matiz ni tamiz. Y así es como se mantienen bien alimentadas las dos Españas y las dos Catalunyas que han encontrado en las redes su campo de expresión ideal. Con la impunidad del pseudónimo y la limitación del obsesivo. 

En Catalunya, la expresión “sociovergencia” sería otro modismo que ha servido para denigrar la entente entre las dos grandes fuerzas (CDC-PSC) que sin gobernar nunca juntas la Generalitat se repartieron el poder y los éxitos electorales durante décadas. La aparente rivalidad que representaban desaparecía cuando se trataba de alcanzar acuerdos llamados “de país”. Un ejemplo paradigmático fueron los sellados para la defensa, protección y aplicación de la lengua catalana. Años 80.

La semana estuvo a punto de cerrarse con el pacto para retocar la ley de política lingüística de 1998 y encajarla a la sentencia del TSJC que fija en un 25% las clases en castellano. Una determinación fruto de aquel espíritu forjador del que quedan todavía algunos defensores y pragmáticas trabajadoras como Irene Rigau Oliver (Banyoles, 22 de junio de 1951). Pero quienes fueron los suyos la castigaron.

La doblemente ‘consellera’ con Pujol y Mas vivía intranquila. La justicia estaba llegando al final de un recorrido que iba acotando la inmersión lingüística. Como proyecto consolidado y como resultado afianzado. Y ante el riesgo de ver empeorar la situación, se puso manos a la obra. Sigilosa pero eficazmente. Sin pretender protagonismo ni esperar constar en los créditos finales. Tiró de agenda, teléfono y contactos y empezó un trabajo de revisión e interpretación de textos para garantizar que la enseñanza pueda adaptarse a las diferentes realidades y la sociedad siga beneficiándose del privilegio de poder entender, hablar y escribir las dos lenguas oficiales en igualdad de condiciones.

Entre lo que se había mantenido y revisado durante más de 30 años y lo que las nuevas disposiciones judiciales han ido acotando, la maestra de pueblo que fue ayudó a elaborar un texto básico y transversal, a la antigua usanza, porque Rigau sabe cuándo debe optar por la seducción y cuándo por el embate.

Pero hete aquí que una vez sumados socialistas, comunes y los dos partidos de Govern recelosos, como siempre, de ellos mismos, y tras superar largas e intensas deliberaciones y habiendo sonado la fanfarria, la facción de Junts instalada en su revolución permanente intoxicó las redes, se las creyó y se cargaron la posible paz lingüística. De poco servía que detrás estuviera una parte de la sociedad civil si delante se situaban los de los prejuicios habituales. Aquellos capaces de desintegrar antes un átomo.

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