Artículo de Santi Terraza

Ucrania lucha por todos nosotros

Los ucranianos están defendiendo un modelo de civilización que, con todos sus defectos, no ha logrado ser mejorado por ningún otro

Neumáticos y barricadas en una carretera que se dirige a Leópolis, en el oeste de Ucrania

Neumáticos y barricadas en una carretera que se dirige a Leópolis, en el oeste de Ucrania / EFE / Wojtek Jargilo

Santi Terraza

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Nunca un país había reunido tantas simpatías y al mismo tiempo había estado tan solo y abandonado. La práctica totalidad del mundo libre –con la excepción parcial de sus respectivos extremos– abraza sentimentalmente a Ucrania tras la brutal agresión que está recibiendo por parte de la Rusia de Putin. Pero ningún Estado –con la excepción del intento de Polonia, abortado por los EEUU, de cederle sus MiG29– se está implicando en su defensa militar de manera directa y activa. Tras cuatro semanas de guerra, Ucrania ha recibido infinitas muestras de solidaridad, también importantes ayudas humanitarias y otros apoyos, no menos cruciales, en armamento de defensa. Pero todo resulta absolutamente insuficiente para compensar la evidente desigualdad de fuerzas ante el invasor ruso, a pesar de la heroica (y también eficiente) resistencia ucraniana.

Ciertamente, la guerra en Ucrania ha permitido reactivar la acción conjunta en política exterior de la Unión Europea, tras años moviéndose con pies de barro por la lenta dinámica que caracteriza su funcionamiento y por las diferencias internas en la manera de afrontar las estrategias y los retos de futuro. La Europa de marzo de 2022 es más sólida que la de hace tan solo dos meses: la unidad empieza a ser realmente efectiva y su funcionamiento, más resolutivo.

Pero todas las medidas de presión económica a Rusia y a los oligarcas cercanos al Kremlin –necesarias e imprescindibles– no dejan de ser una simple compensación por el abandono real de la Unión Europea y los Estados Unidos a Ucrania; es decir, el abandono militar cuando está siendo duramente atacada. El bloqueo comercial a Rusia dañará su economía –más a medio plazo que a corto–, pero no impide que Putin continúe bombardeando a Ucrania, arrasando el país y asesinando a civiles. Y a largo plazo, Rusia habrá sustituido el peso comercial que hasta ahora tenía Europa por el de China, India y los países árabes, que en los tres casos no se oponen –por intereses, pero también parcialmente por convicción y falta de cultura democrática– a los planes del autárquico dirigente del Kremlin.

Lo primero que realmente necesita Ucrania para resistir y sobrevivir es cerrar su espacio aéreo, lo que impediría a la aviación rusa seguir sembrando el terror en los pueblos y ciudades, una vez se ha demostrado que su infantería tiene serios problemas para continuar avanzando. Y lo segundo –y única posibilidad para que Ucrania ganase la guerra– sería que la OTAN interviniese en su ayuda. Sin la participación directa de los ejércitos de los Estados Unidos y de Europa, Ucrania está abandonada a su suerte. Puede no perder, porque su gente (han salido del país 3 millones de personas, pero quedan 41) nunca se va a rendir al invasor, pero militarmente no tiene opciones de derrotar a un ejército con amplia mayoría en efectivos, armamento y capacidad de destrucción a distancia, como pone de manifiesto el reciente uso de los misiles hipersónicos. Cuanto más le cueste a Putin ganar la guerra, más exhibirá su instinto criminal. Los últimos ataques a centros que acogen civiles son la muestra más evidente de su frustración porque los planes no están surgiendo con la facilidad que erróneamente esperaba.

Occidente envía armamento de defensa a Ucrania para limpiar su conciencia de no enviar sus ejércitos. Es lógico que la OTAN albergue serias dudas de una intervención directa contra una potencia nuclear comandada por un paranoico, pero la Historia –la contemporánea, la reciente e incluso la actual– está llena de ejemplos que exponen que un dictador no va a ceder en sus macabros planes por la presión dialéctica o económica. Ni lo hicieron los sanguinarios Hitler, Stalin y Pol Pot ni tampoco otros dictadores como Fidel Castro o el chavismo venezolano, tras décadas de un embargo que ha castigado a la población, pero no ha cambiado el régimen. El bloqueo económico es, por supuesto, imprescindible ante la magnitud de la locura de Putin. Y también lo es el social, cultural o deportivo con todos aquellos profesionales que públicamente no se desmarquen del tirano. Pero ni una cosa ni la otra va acabar con la guerra. Al contrario, si Putin ve que Occidente no le frena, no parará hasta llegar al final. O como mínimo, al final que se le permita.

Lo más paradójico de todo es que el mundo libre no está luchando por Ucrania, pero, en cambio, los ucranianos sí lo están haciendo por Occidente; es decir, por todos nosotros, por un modelo de civilización que, con todos sus defectos, no ha logrado ser mejorado por ningún otro. Y la lucha de los ucranianos, por cierto, también lo es por los derechos de los que articulan delirantes discursos que sitúan a la OTAN en el mismo plano que al criminal Putin… y que son los mismos que cuando se produce un atentado yihadista aluden más a los supuestos daños occidentales que motivaron a los terroristas que a la propia acción de los islamistas, únicos autores del mal. Como Putin y su régimen.

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