Artículo de Sergi Sol

Marta Rovira

La secretaria general de ERC ha afeado la intransigencia de aquellos que enfrentan exilio con prisión

Marta Rovira

Marta Rovira / MARIA BELMEZ

Sergi Sol

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Laura Rosel entrevistó a Marta Rovira en el cuarto aniversario de su exilio suizo. Tal vez sea la entrevista más sincera que he escuchado en mucho tiempo.

Rovira habló sin tapujos, desde el corazón. Y contó, con sentimiento, que si se largó fue para evitar una prisión que daba por segura (y acertó), para seguir luchando, sobre todo por su hija Agnès, para no separarse de ella. Para no tragarse años de prisión y perderse la infancia de su pequeña.

Así, sin alardear de nada, sin pretender erigirse en Juana de Arco. La llevó a Suiza el amor de madre por encima de todas las cosas. Sin renegar de nada, tampoco. Al contrario, se mostró firme en sus convicciones.

Explicó lisa y llanamente porqué no se mueve de Suiza. Sencillamente, porque sigue pesando sobre ella una causa por rebelión. Rovira es, de hecho, la única persona que sigue encausada por delitos tan graves como el mencionado y que no formaba parte del Govern de la Generalitat. Junto a tres más, los Jordis y Carme Forcadell. Los tres indultados, gracias obviamente a una decisión de un Gobierno español necesitado de apoyos parlamentarios. Esos indultos son, a la postre, la única victoria real del independentismo en estos últimos años, más allá de las elecciones y las mayorías parlamentarias. O al menos, de una parte de este. El otro, sigue levantando la bandera negra recurriendo a una jerga épica que luego se traduce en esperpentos como el del 'caso Juvillà', parodia de la distancia que hay entre el dicho y el hecho.

Contó Marta Rovira como improvisó su decisión de irse a Suiza, como Junqueras la bendijo tras los barrotes, ‘aquí (Estremera) no hace falte que estemos más’ y como compartió sus últimas horas en Catalunya y su decisión con todos los que fueron citados por Llarena. Se confesó con ellos, los iban a trincar a todos, sin excepción. Acertó de lleno. El detonante era la decisión de proponer la investidura de Jordi Turull, diputado electo y en libertad. 

Contó cómo uno de los compañeros le trasladó que entendía su decisión pero que si el precio a pagar era la prisión, este lo asumía como parte del proceso. No reveló el nombre ante Rosel pero se trataba de Raül Romeva, sin lugar a dudas.

De poco sirvió esa investidura. La CUP se negó a votar a Turull, una decisión que aún escuece y que sigue siendo imposible compartir e incluso más difícil de entender. No hubo segunda vuelta para Turull, Llarena lo mandó a la cárcel sin más. 

Rovira afeó la intransigencia de aquellos que enfrentan exilio con prisión. Fue muy clara y desarmó con serenidad y contundencia la liturgia tan mística como falaz de los que han pretendido sembrar una agraviante línea divisoria. El 'no surrender' contra los que se habrían rendido, según relato al uso tan superficial como mezquino. Algo que todo conocedor de las interioridades de lo ocurrido, tras la Declaración de Independencia, sabe que no se ajusta para nada a lo acontecido. 

Habló de sus padres, de su compañero Raül, de su Vic y la nostalgia. De como duele dejar todo eso atrás, sine die. Y lo transmitió con entereza, con dulzura. También con emoción. 

Sigue siendo la secretaria seneral de ERC y dejó a las claras su inequívoca compenetración con Oriol Junqueras, una pareja política más sólida que nunca. Desmintió de un plumazo todo rumor malintencionado. De hecho, Junqueras y Rovira comparten desde hace unos meses el mismo equipo de gabinete, con la joven Estefanía Torrente al mando del operativo. Antes tenían equipos propios, hoy son una piña que sigue al mando pese a que los republicanos viven ya en esa bicefalia peneuvista (haciendo de la necesidad virtud), con Aragonès y su equipo en Palau. 

Tampoco rehuyó la actualidad política. Y lo hizo sin complejos, sin achantarse donde otros hubieran silbado. Sobre la polémica originada por las declaraciones de Gabriel Rufián, en relación a emisarios rusos, no dudó en ir al fondo del asunto. Para ser clara y tajante, nadie debería ir por libre y menos para tejer complicidades con gentes de dudosa reputación. Y sobre la mesa de diálogo tampoco se cortó, pese a la insistencia de Rosel. Defendió esa mesa aunque solo fuera para volver a poner en evidencia que, si no hay voluntad de acuerdo, no será -una vez más- porque el independentismo no quiere si no porque el Gobierno español no contempla lo que tozudamente una mayoría de catalanes defienden (y también el último CEO) votar en un referéndum

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