Artículo de Rafael Jorba

Parte de guerra colateral

En el conflicto de Ucrania, en las fronteras de la UE, está en juego la libertad: la defensa de un espacio político y de un modelo social de referencia en el mundo

Emmanuel Macron, Olaf Scholz, Ursula von der Leyen y Charles Michel, ayer, en París, en una reunión con empresarios

Emmanuel Macron, Olaf Scholz, Ursula von der Leyen y Charles Michel, ayer, en París, en una reunión con empresarios / EUROPA PRESS / DARIO PIGNATELLI

Rafael Jorba

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Europa no está en guerra, pero hay una guerra en Europa. Los damnificados directos de la agresión, a sangre y fuego, de Vladímir Putin contra Ucrania son los ciudadanos ucranianos: la destrucción interior y la tragedia humanitaria de la diáspora de refugiados que está provocando. Al parte de guerra diario, cada vez más aterrador, hay que sumarle un parte de guerra colateral en los países de la Unión Europea. El intangible es la ‘fatiga pospandémica’: los gobernantes europeos deben gestionar el estado de alerta militar –el de mayor calado desde la Segunda Guerra Mundial– atendiendo al estado de ánimo de una población que ha afrontado en los últimos dos años la mayor crisis sanitaria en un siglo.

Desde esta óptica, el parte de guerra colateral es el siguiente. Primero: la capacidad de reacción de la UE se ha puesto de nuevo a prueba. En menos de dos semanas ha tenido que alinear los objetivos estratégicos de los 27 estados miembros, lo ha tenido que hacer pasando por el embudo de la unanimidad y ha tenido que asumir los costes económicos y las consecuencias sociales de sus decisiones. Segundo: un baño de realidad para los líderes europeos. El llamado modelo de ‘democracia autoritaria’ de Putin escondía un régimen liberticida en el que se conjugan las ensoñaciones imperiales, los esquemas de la guerra fría y las técnicas de la represión y la mentira de la era soviética.

Tercero: en la crisis de Ucrania, en las fronteras de la UE, está en juego la libertad. La defensa de un espacio político y de un modelo social de referencia en el mundo. El consenso forjado en la posguerra entre socialdemócratas y democristianos no solo puso las bases de un mercado común, sino que significó “el mayor progreso que la historia ha visto hasta el momento: nunca habían tenido tantas personas tantas oportunidades vitales” (Ralf Dahrendorf). Solo desde el reto geopolítico que plantea Putin se entiende el giro estratégico del SPD en materia de Defensa. Una acotación en clave española: el canciller Scholz gobierna con liberales y Verdes, un partido que aprobó la asignatura de la gobernabilidad con Joschka Fischer, mientras el presidente Sánchez lo hace con Podemos, una fuerza más cercana a los poscomunistas de Die Linke.

Cuarto: las consecuencias económicas de la guerra, jugando con el título de referencia de Keynes tras el tratado de Versalles, serán enormes. La guerra alimenta la espiral inflacionista de los precios de la energía, daña al conjunto de la economía en términos de PIB, puede frenar la recuperación del empleo e incrementar el malestar social. Un actor directo de los debates políticos en las instituciones europeas resumía en privado los riesgos socioeconómicos de la crisis: “Estamos en las puertas de poder tener una revuelta de ‘chalecos amarillos’ en la UE y debemos tomar todas las medidas para evitarla”.

Quinto: la historia demuestra que la inflación, en el terreno sociopolítico, es el caldo de cultivo de la extrema derecha. La UE debe seguir manteniendo a toda costa el modelo social de referencia que rescató a las clases medias de la deriva de los años 30 del siglo pasado. Releo el diagnóstico póstumo de Tony Judt: “La socialdemocracia y el Estado de bienestar fueron los que vincularon a las clases medias profesionales y comerciales a las instituciones liberales tras la II Guerra Mundial. Esta cuestión era de gran trascendencia: fue el temor y la desafección de la clase media lo que había dado lugar al fascismo”.

Y sexto: parte de guerra colateral de paradojas cotidianas en múltiples frentes. Es difícil encontrar un relato equilibrado entre pacifismo naíf y ardor guerrero. Se constata un doble rasero al abordar la crisis humanitaria de las olas de refugiados según su área de procedencia. Las imágenes sirven para alimentar el culto a la emoción; es el caso, por ejemplo, de la protección de la imagen de los menores que no respeta los parámetros que rigen entre nosotros. La cultura de Defensa refleja una contradicción entre la alta valoración de las Fuerzas Armadas y la disposición contraria a aumentar el presupuesto de Defensa.

Hasta aquí este parte colateral de la guerra. Ojalá que los costes políticos, económicos y sociales no vayan más allá de los apuntados. En todo caso, primero una pandemia y ahora un conflicto armado en las puertas de la UE nos recuerdan el precio de la libertad y minimizan nuestras crisis de opulencia.

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