Artículo de Albert Garrido

Sáhara: Con una pinza en la nariz

¿Garantiza el apoyo a la solución autonomista la resolución del conflicto? Por supuesto que no, porque el Frente Polisario debería sumarse a la operación y porque está por conocerse la repercusión que el paso dado tiene en la relación de España con Argelia

España respalda el plan autonomista de Marruecos sobre el Sáhara para superar la crisis diplomática

España respalda el plan autonomista de Marruecos sobre el Sáhara para superar la crisis diplomática

Albert Garrido

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Salvo en el seno del 'establishment' marroquí, pocos pueden ser los motivos de satisfacción por el giro dado por el Gobierno de España en el conflicto del Sáhara. Ni siquiera “la base más seria, creíble y realista” que ve el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, en el apoyo que a partir de ahora dispensará Madrid a la fórmula autonomista, puede cauterizar la herida abierta en el ámbito de las emociones, de ese compromiso de décadas con la comunidad saharaui, abandonada a su suerte por el franquismo en cuanto echó a andar la Marcha Verde. Solo razones meramente estratégicas a escala internacional, la razón de Estado y dosis intensivas de 'realpolitik' permiten explicar el porqué de este sorpresivo cambio de rumbo, y aun así tales razones son discutibles y de muy dudosa oportunidad.

Es menos discutible que la naturaleza del régimen marroquí hace especialmente difícil lograr un ambiente de relaciones estables. El rey Mohamed VI es el primer actor político de su país, quien establece en cada momento el rumbo a seguir, cuándo hay que aumentar la presión sobre Ceuta y Melilla y cuándo hay que descoyuntar los flujos migratorios con episodios tan reprobables como el habido en Ceuta en mayo pasado, que acabó con la retirada de la embajadora en Madrid y una multitud de jóvenes en la playa, manipulados por Rabat. La última reforma constitucional apenas ha reducido en la práctica las atribuciones del rey que, desde luego, se reforzaron en 2020 cuando Donald Trump reconoció la marroquinidad del Sáhara Occidental (a cambio, Marruecos reconoció al Estado de Israel).

Esa capacidad de palacio para intervenir en todo es inversamente proporcional a la incapacidad o debilidad de las Naciones Unidas para llevar a la práctica sus iniciativas. En el caso del Sáhara, nunca ha parecido verosímil que los sucesivos mediadores pudieran sacar adelante la celebración de un referéndum de autodeterminación, carente la diplomacia de apoyos ciertos más allá de las buenas intenciones; reforzada la fórmula autonomista por sucesivos apoyos importantes –Francia y Alemania–, determinantes para afianzar la negativa de Marruecos a revisar el censo con el que pretendía que se celebrara el referéndum.

Nadie con real fuerza de intervención y decantación fue capaz de evitar la condena del exilio saharaui a vivir en el desierto de Tinduf en condiciones precarias, siempre al albur de los designios de Argelia, cuya frontera con Marruecos se mantiene cerrada desde hace cuatro décadas. Las muestras de solidaridad, de abnegada colaboración y ayuda con las familias saharauis, de cooperación con el Frente Polisario, han sido un factor determinante en la simpatía de la opinión pública española por la causa saharaui, pero han sido, al mismo tiempo, un árbol que no ha dado frutos tangibles, sino solo un horizonte reducido a seguir en Tinduf. 

La guerra de Ucrania, la necesidad de la OTAN de dejar el flanco sur libre de sobresaltos –lo sería, por ejemplo, una crisis migratoria de grandes dimensiones–, el hecho de que Estados Unidos considera a Marruecos un complemento insustituible en el diseño de la seguridad en el Mediterráneo, ha propiciado que se precipitaran los acontecimientos. Cuanto siguió a la acogida en España de Brahim Gali, presidente de la República Árabe Saharaui Democrática, para ser tratado de covid es la prueba irrefutable de que la situación en el Sáhara Occidental entraña un poder de desestabilización que quizá ni la Unión Europea ni la OTAN pueden asumir. Dos guerras al mismo tiempo, aunque una de ellas sea híbrida, deben evitarse siempre.

¿Garantiza el apoyo a la solución autonomista la resolución del conflicto y reduce los riesgos? Por supuesto que no porque, para que tal cosa sucediera, el Frente Polisario debería sumarse a la operación y porque está por conocerse la repercusión que el paso dado tiene en la relación de España con Argelia (el gas fluye, pero ha llamado al embajador a consultas). ¿Hay que acoger el apoyo español a la autonomía con una pinza en la nariz? Se antoja inevitable porque puede que decisiones de este cariz formen parte del realismo más hiriente, pero son de muy difícil y pesada digestión, habida cuenta de que nadie se ha molestado en preguntar a los saharauis cómo ven su futuro.

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