Artículo de Rafael Vilasanjuan

Guerra de Ucrania: El valor de los refugiados

Al proteger a los huidos de Ucrania volvemos a entender que cada uno de ellos pone en valor las libertades a este lado del mundo. Por eso hay que incluir también a los que huyen de una Rusia que la guerra ha convertido en tortura para todo el que disiente

Rafael Vilasanjuan

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Una semana más en guerra con la sensación insoportable de que las bombas sobre los ucranianos tienen mucho mayor impacto en el devenir del conflicto que el de las sanciones a Rusia. Una guerra desigual de la que nadie por ahora intuye una salida. Si lo que quería Putin era un corredor para llegar hasta Crimea ya lo tiene. Si decidiera negociar, incluso el crimen de atacar a niños y mujeres desarmados y refugiados en Mariúpol pasaría como sufridos “daños colaterales”, dado que nadie va a juzgarle por crímenes de guerra. Pero es probable que quiera todo el país o al menos pretenda demostrar que puede tomarlo antes de negociar y meter en el capazo una buena parte del sur, impedir a Ucrania la salida al mar y ocupar una franja hasta Moldavia, donde desplegar todo su arsenal militar apuntando a la OTAN y enviar a Europa el mensaje de que su seguridad va a depender de lo que se decida en Moscú. 

Nadie sabe dónde acaba su objetivo de guerra. De momento, hemos decidido no parar a un criminal loco -como se hizo con Hitler-, a la espera de que las sanciones y la resistencia acaben facilitando un espacio para la negociación. En la incertidumbre, el número de refugiados que logran cruzar la frontera ya supera los tres millones. En algo más de veinte días, los ucranianos que han llegado a la Unión Europea triplican a los que llegaron de Siria en un año. A aquellos los rechazamos, a estos no. Esa puede ser otra estrategia para vencer al enemigo. La decisión de abrir las fronteras y dar valor al visado humanitario a todos los que entran -algo que no se hacía desde la Segunda Guerra Mundial- nos devuelve a la dinámica de la Guerra Fría, ganando la narrativa que acabó provocando la caída de la Unión Soviética. Entonces los refugiados eran bien recibidos, los campos eran santuarios, su imagen mostraba el horror de lo que escondía el telón de acero porque prácticamente todos huían de tiranías comunistas y su presencia apuntaba al valor del mundo libre. Con la caída del muro de Berlín, los refugiados en el mundo dejaron de tener interés y se convirtieron en parias que ya nadie quería aceptar. Ya no tenían valor. Con los que llegaron de Siria comprobamos el rechazo pero ahora, con los que salen de Ucrania, tanto la opinión pública como los gobiernos se han volcado en aceptarlos. Rusia nos ha devuelto al pasado. Cada una de esas vidas en refugio nos recuerdan de nuevo que hay un infierno que amenaza nuestras libertades. Es triste constatar que no todos los refugiados sean iguales, pero al menos protegiendo a los de Ucrania volvemos a entender que cada uno de ellos pone en valor las libertades a este lado del mundo. Por eso mismo hay que incluir también a los que huyen de una Rusia que la guerra ha convertido en tortura para todo el que disiente. Ya han salido unos 300.000 rusos. Dentro no pueden hablar, pero fuera debemos aceptarlos y protegerlos para que cada una de esas voces se convierta en un grito contra la guerra. Un puñal contra el tirano.

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