La campaña militar (6) | Artículo de Jesús A. Núñez Villaverde

La utilidad del suministro de armas a Ucrania

El 'no a la guerra' solo puede significar estar contra Putin, aunque hay quienes lo emplean para rechazar la asistencia militar a Kiev

Un soldado ucraniano junto a los rifles de soldados muertos tras el ataque a una escuela militar en Mykolaiv

Un soldado ucraniano junto a los rifles de soldados muertos tras el ataque a una escuela militar en Mykolaiv / BULENT KILIC / AFP

Jesús A. Núñez Villaverde

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El único que ha apostado por la guerra ha sido Vladímir Putin. El mismo que ha bloqueado hasta ahora todas las iniciativas por evitarla y, desde el pasado 24 de febrero, por ponerle fin. Por su parte, Ucrania ha demostrado desde el primer momento su firme voluntad de defenderse de una invasión que, precedida de una injerencia rusa que arranca en 2014, pone en cuestión su existencia como Estado soberano. También desde sus inicios Volodímir Zelenski, consciente de la inferioridad de sus fuerzas frente al gigante ruso, viene reclamando ayuda militar internacional.

El “no a la guerra”, en ese contexto, solo puede significar estar contra Putin, aunque hay quienes lo emplean para rechazar la asistencia militar a Kiev. Algunos lo hacen planteando que la única opción para los ucranianos, dado que no tienen posibilidad de vencer al invasor, es rendirse. Una posición que, aunque sea inconscientemente, supone despreciar el derecho internacional, que reconoce el derecho a la legítima defensa, y alinearse, con razón o sin ella, con el más fuerte. Otros lo hacen por razones éticas, en línea con un pacifismo dispuesto a aceptar pasivamente su propia destrucción, aunque eso suponga desoír las peticiones expresas de Kiev para recibir más armas. Unos y otros suelen añadir que es necesario agotar todas las vías diplomáticas para resolver el conflicto, sin aclarar cuáles son las que no se han intentado ya, y apuntando a una inefable “diplomacia de precisión” que nunca se concreta y que no toma en cuenta el simple hecho de que es Putin quien ha cerrado esa puerta. Incluso hay quienes, en un ejercicio disfrazado de realista, aducen que el suministro de armas no servirá más que para prolongar la tragedia humana, sin poder evitar la derrota final de los más débiles.

Mientras el debate sobre la posición a tomar sigue en alza son cada vez más los gobiernos nacionales que han tomado la decisión de apoyar militarmente a Ucrania. Un apoyo muy tímido hasta el arranque de la invasión rusa- con Washington en cabeza-, y mucho más visible desde entonces, incluso con la participación de países habitualmente neutrales. En primera instancia, cabe interpretar ese suministro de armas como una señal de compromiso y solidaridad ante el ataque recibido. Pero también resulta inmediato entender, en referencia más concreta a la OTAN, que, ante la falta de voluntad de la Alianza por movilizar a sus propias tropas en defensa de Kiev, ese apoyo busca capacitar a los ucranianos para que se defiendan a sí mismos y para que nos defiendan a los demás, tratando de convertir a Ucrania en el cementerio de Putin o, al menos, en un pantano del que no pueda salir airoso para continuar su ofensiva contra otros vecinos.

En todo caso, al margen de esas consideraciones, el hecho irrebatible es que gracias al armamento recibido -junto a la asesoría e instrucción prestada desde tiempo atrás, el apoyo en inteligencia y los medios de ciberdefensa y contra la guerra electrónica rusa- hoy Moscú no ha logrado todavía ninguno de sus objetivos políticos y militares. Por el contrario, las fuerzas armadas ucranianas han logrado no solo aguantar el impacto inicial, sino también evitar la caída de la capital y la práctica totalidad de las principales ciudades y hasta realizar contraataques. Algo imposible de imaginar sin esa ayuda desde el exterior que ha llevado a Putin a entrar en unas negociaciones que seguramente no estaban en sus planes y, por tanto, a tener que rebajar sus expectativas de victoria inapelable.

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