Artículo de Care Santos

Qué bien no ser docente

Qué tranquilidad no pertenecer a un colectivo al que todo el mundo le dice lo que debe hacer pero casi nadie les consulta nada

Sesión de trabajo 8 Reunión de docentes en un instituto del Maresme.

Sesión de trabajo 8 Reunión de docentes en un instituto del Maresme.

Care Santos

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Cuánto me alegro estos días de no ser profesora, ni directora de un colegio, ni maestra de primaria. Cuánto me alegro de no tener que elegir entre ir a la huelga o llegar a fin de mes (porque ir a la huelga no es gratis para los docentes). Cuánto me alegro de no tener que negociar con un Departament de Educació unilateral e improvisador, que no se sabe qué estrategia sigue, o si tiene alguna, y que parece hacer todo lo posible porque el enfado de los educadores se perpetúe.

Qué bien no tener que aguantar a los papanatas de turno cuando, tan a menudo, acusan a los profesores de disfrutar de demasiadas vacaciones, y que piensan que todo este revuelo es solo porque no quieren trabajar la primera semana de septiembre. Qué bien no llevar sobre mis espaldas la responsabilidad de educar a las nuevas generaciones, mientras todo el mundo opina sobre cómo lo hago y muchos piensan que no lo hago bien porque ellos, que nunca han pisado un aula, tienen sus propias opiniones. Cómo me alegro de no tener que aplicar las distintas políticas de educación, derivadas de la falta de criterio de las sucesivas generaciones de representantes públicos, que en lugar de tomarse la molestia de llegar a un acuerdo lo más mayoritario posible para regular lo fundamental se dedican a cambiar las leyes como quien se cambia de calcetines, a politizar lo que jamás debería politizarse y, de paso, a volver locos a quienes deben llevarlo a la práctica.

Qué tranquilidad no pertenecer a un colectivo al que todo el mundo le dice lo que debe hacer pero casi nadie les consulta nada. Los cambios en los currículos, los criterios de evaluación, los horarios… a menudo llegan sin que ellos lo sepan del todo. O se enteran por la prensa. O se lo cuenta un padre o una madre. Qué suerte no tener que soportar que me recorten el sueldo una y otra vez, que me exijan más mientras me pagan lo mismo (o menos), que me congelen las pagas extra y tarden ocho años en devolvérmelas. Qué bien que si estalla de pronto una pandemia mundial nadie vaya a exigirme que trabaje a destajo, o que adecúe los currículos a la nueva e inverosímil situación, o que me las componga (sin instrucciones ni preparación) para atender al alumnado. Doy gracias de no haber tenido que hacer ninguna de esas cosas. 

Y el papeleo. A diario celebro no pertenecer a un colectivo que se pasa la vida rellenando formularios en un aplicativo, para rendir cuentas de todo, ocupando así un tiempo que sustraen a sus alumnos y alumnas, cuando no directamente a la actividad docente o a su tiempo de ocio. No conozco profesional de la educación que no esté de los nervios por la cantidad de burocracia que debe sufrir, y por lo que eso afecta a la calidad de su trabajo. No conozco a ninguno que no se lleve un montón de trabajo a casa.

Y sí, yo puedo bromear escribiendo en tono frívolo la suerte que tengo de no ser docente. Pero lo cierto es que los docentes hacen todas esas cosas, y algunas más, y que tienen sus razones para estar enfadados. Y lo cierto es que la educación no es ninguna frivolidad.

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