Conocidos y saludados, por Josep Cuní

Desde Rusia con candor

Si lo que se ha transcrito acerca de los supuestos contactos con políticos o intermediarios rusos desde los aledaños del poder catalán durante el ‘procés’ se basa en información difundida por las cloacas del Estado o de fuentes judiciales poco importa. Lo que vale es si lo que se cuenta sucedió o no

Gabriel Rufián

Gabriel Rufián / David Castro

Josep Cuní

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Para los clásicos del cine, James Bond siempre será Sean Connery. Con él empezó todo. Claro que los otros seis actores que le han dado vida han impuesto su estilo, pero siguiendo la estela del escocés. Fueron las primeras películas las que marcaron al personaje de Ian Fleming como un frío, calculador, sofisticado, galante, vividor, arrogante, provocador, cínico y violento agente del que siempre nos quedará su particular manera de presentarse.

Por eso, más allá de la ocurrencia para llamar la atención, cuesta imaginar a nadie del entorno del ‘expresident’ Puigdemont, ni siquiera a él mismo, dándose a conocer de aquella manera. Y mucho menos ante un representante ruso, oficial o espía, con quien 007 se enfrentaría sin remedio desplegando unas hazañas imposibles gracias a unos métodos y tecnologías improbables. No digamos ya sus artes de seducción y su capacidad de resistencia. Así que la agudeza de meter al personaje de ficción en la frase de la semana repetida hasta tres veces para garantizarse el titular que fue, se antoja de una ficción desbordante. Pero quedó.

Y así fue como Juan Gabriel Rufián Romero (Santa Coloma de Gramenet, 8 de febrero de 1982) se reiteró en su voluntad de ser el centro de las dianas. Ahora de la otra parte del independentismo hacia la cual destila la misma grima que los contrarios sienten por él. Y si alguna cosa ha sucedido desde aquellas 155 monedas de octubre del 17 hasta hoy es que la inquina ha subido su cotización de manera directamente proporcional a sus desencuentros habituales. Y aunque se disculpó por las formas de la frase, mantuvo el fondo de las acusaciones hacia “unos señoritos que se paseaban por Europa reuniéndose con la gente equivocada porque durante un rato se creían James Bond”. 

De todo lo que pudo suceder sobre los supuestos contactos con políticos o intermediarios rusos desde los aledaños del poder catalán durante el ‘procés’, se prodigaban ya entonces los rumores. 10.000 soldados lo confirman. De lo que haya podido seguir haciéndose después, estas mismas páginas lo han detallado. Si lo que se ha transcrito se basa en información difundida por las cloacas del Estado o de fuentes judiciales poco importa. Lo que vale es si lo que se cuenta sucedió o no. Y esta es la aclaración que sigue pendiente de pincel y no de brocha. Rebatirlo matando al mensajero o alcanzando a un confuso emisor no invalida la acusación por mucha cortina de humo que quiera correrse sobre ella. Y ahí estamos. A la espera de la verdad.

Claro que la mirada actual hacia los hombres de Putin es distinta de la que podía ser hasta hace poco. Por razones obvias. Pero lo que Rusia mueve o busca desestabilizar siempre ha sido objetivo de los servicios secretos. Especialmente los norteamericanos. De ahí que ‘The New York Times’ pusiera su lupa en aquellas amistades peligrosas el pasado verano y el Parlamento Europeo abriera una investigación después. Fue entonces cuando Oriol Junqueras ya se desmarcó de la posibilidad de los contactos, sobre los cuales Esquerra Republicana había advertido a sus socios que lo seguiría haciendo conforme se publicaran nuevos datos.

Lo que ha hecho Gabriel Rufián cuando le han pasado el relevo ha sido imprimirle su característica capacidad de exasperar. Y fue así como empezó su campaña electoral para ser alcalde de su ciudad.

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