La fiebre adaptadora
No está de más recordar que adaptar una novela, un cómic, un relato o lo que sea no es una acción automática
Desirée de Fez
Periodista y crítica de cine.
Quizá sea este uno de los momentos en los que la relación entre cine y literatura es más intensa. Y eso, como casi todo, tiene un lado bueno y un lado menos bueno. De ese vínculo han salido algunas de las mejores películas de la temporada. Hoy se estrena ‘El acontecimiento’ (2021), de Audrey Diwan, inspirada en un libro autobiográfico de Annie Ernaux. Es la segunda adaptación de la autora en dos años: en 2020 se estrenó en el Festival de Cannes ‘Passion Simple’, todavía sin distribución en España. No son libros recientes. El primero es de 2000 y el segundo, de 1991. Pero Ernaux se adelantó a los tiempos con su necesidad de contar y poner en valor nuestra intimidad, y las directoras (y las lectoras) del presente han sabido ver lo relevante que fue –y sigue siendo– lo que hizo.
Por otro lado, una de las películas más importantes de la temporada, la que está ganando todos los premios y, muy probablemente, arrase en estos Oscar, también está inspirada en un libro. ‘El poder del perro’ (2021), de Jane Campion, es la adaptación de la novela homónima de Thomas Savage, publicada por primera vez en Estados Unidos en 1967 y editada recientemente en España (en Alianza) coincidiendo con el estreno del filme. Y ahí están ‘Distancia de rescate’, ‘La hija oscura’, ‘Drive My Car’ o ‘El callejón de las almas perdidas’, todas con base literaria y estrenadas entre finales del año pasado y lo que va de este. Son ejemplos muy distintos, como distintas son las razones que han llevado a sus autores hasta las obras que adaptan. Y, de alguna manera, representan el lado bueno de la relaciones en el presente entre cine y literatura.
¿Cuál es, pues, el lado menos bueno? Quizá no sea tanto el lado menos bueno como el que más dudas genera. Estamos en plena fiebre adaptadora. Es una realidad. Y tiene que ver con el desespero, en un momento en el que se producen tantas películas y tantas series (a raíz de la aparición y el crecimiento de las plataformas), por encontrar a la velocidad del rayo historias que puedan ser llevadas –a poder ser sin demasiadas complicaciones– a la pantalla. De esa búsqueda siempre van a salir cosas buenas, tantas como de otro fenómeno que ha activado los últimos años: el movimiento de escritores al audiovisual en calidad de asesores, ‘showrunners’ y guionistas. Pero ¿puede esa fiebre adaptadora tener también efectos colaterales menos amables? Sinceramente, creo que sí. Uno es la publicación de demasiados libros que parecen escritos con el único objetivo de ser adaptados cuanto antes. Hay productoras interesadas por novelas que aún no han sido escritas y autores haciendo pasar por novelas guiones encubiertos. Otro, la compra masiva de los derechos de adaptación (o de las opciones de derechos) de libros que nunca llegarán a ser adaptados, con la inevitable frustración que eso provoca a sus autores. Y un efecto colateral más es tropezar otra vez con la misma piedra: darse cuenta de que los lenguajes de cine y literatura no son iguales, que lo que funciona en un libro no tiene por qué funcionar en una película y viceversa.
En definitiva, no está de más recordar que adaptar una novela, un cómic, un relato o lo que sea no es una acción automática. Dudo que los cineastas citados al inicio de este texto se plantearan en esos términos el reto de convertir en imágenes los libros que les conmovieron.
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