Artículo de Jordi Alberich

Moderar la globalización

Deberemos compaginar espacios plenamente globales y abiertos con otros en que las políticas nacionales, en nuestro caso mayormente europeas

Un trabajador descansa en una fábrica de acero en Shenyang.

Un trabajador descansa en una fábrica de acero en Shenyang. / CAS_Agencias / Mark

Jordi Alberich

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Llevamos unos años en que sucesivos acontecimientos muestran hasta qué punto la globalización económica se sustenta en unas bases muy frágiles. Se argumentaba en sus inicios, hace tres décadas, que con la apertura se suavizarían mucho los ciclos económicos, el bienestar se generalizaría y se tendería a una homogeneización política mundial, que enterraría viejos conflictos. Sin embargo, cerca de nosotros hemos conocido la mayor crisis económica que podamos recordar, se ha hundido la política tradicional y fracturado la sociedad, hemos padecido una pandemia sucedida por enormes deficiencias en las cadenas de suministro global para, ahora, acabar con una guerra en Europa. Y lo que vendrá.

Algo va mal desde hace ya tiempo y, por ello, se van sucediendo las voces críticas con el estado actual del proceso de globalización. Unos apuestan por el retroceder, retornando poder a los estados, mientras otros defienden la continuidad del proceso pero avanzando, simultáneamente, en el gobierno mundial de una economía sin fronteras. 

Ante todo ello, lejísimos de un gobierno global, lo más conveniente es recuperar ciertas capacidades cedidas demasiado alegremente a la voluntad de unos mercados imperfectos. Así, entre otros ámbitos, resulta fundamental instrumentar nuevas políticas industriales y energéticas. La Unión Europea no puede, por ejemplo, depender ni del gas ruso ni de los microchips, que se producen en su totalidad en países asiáticos. 

La globalización tiene todo su sentido, pero no puede ser alimentada por una lectura extraordinariamente simplista del mundo. No será sencillo, pero deberemos compaginar espacios plenamente globales y abiertos con otros en que las políticas nacionales, en nuestro caso mayormente europeas, respondan a nuestras prioridades productivas, políticas y sociales. Entre estas, la primera es no hacer de la reducción sistemática de costes el fin último de una economía, como ha venido sucediendo en los últimos tiempos. Y así estamos.

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