Artículo de Carlos Carnicero Urabayen

Salir del confort para ganar la guerra

¿Están los europeos dispuestos a salir de su bienestar y sacrificarse para preservar su modelo en el nuevo mundo?

La presidenta de la Comisión Europea (UE), Ursula von der Leyen.

La presidenta de la Comisión Europea (UE), Ursula von der Leyen. / DPA vía Europa Press

Carlos Carnicero Urabayen

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A los europeos la guerra nos ha pillado en Instagram. O en Twitter. O en WhatsApp. O discutiendo sobre cualquier cosa ligera. Es comprensible que el confort de no haber vivido una guerra - la mayoría ni siquiera una dictadura - nos haya dejado especialmente perplejos frente a este brutal revolcón de la historia.

¿Quién no ha dado por sentado las democracias que, con todas sus imperfecciones, son la luz del día frente a la oscuridad que irradia el régimen de Putin? El que tenga dudas que pruebe a sacar una pancarta en la Plaza Roja de Moscú

Tal es el golpe de realidad al que asistimos, con un pueblo vecino dispuesto a dar su vida, literalmente, por defender los valores europeos frente al sangriento viaje a la era de los imperios que ensaya Moscú, que hasta los más escépticos se han dado cuenta de lo que hay en juego. La unión a ambos lados del Atlántico, aglutinados en torno a Occidente, ese espacio de libertad que hasta hace dos días se daba por aniquilado, es imponente.

El primer ministro polaco ahora lo tiene claro. Mateusz Morawiecki, un nacionalista acostumbrado a denunciar los ataques de Europa a la soberanía polaca, ha dicho que quiere “una Europa fuerte y decidida”. Matteo Salvini se hace el distraído cuando le muestran la camiseta con la cara de Putin que un día llevó orgulloso. Una encuesta de YouGov en Estados Unidos muestra que los votantes de Trump apoyarían nuevas sanciones a Rusia, aunque se encareciera el precio del gas en Estados Unidos. El pegamento ruso hace milagros.

La banalidad que casi siempre acompaña nuestras discusiones políticas, aceleradas, exageradas en la manera de dividirnos, ha dado paso a una atmósfera solemne. Vivimos con un bidón de gasolina sobre nuestras cabezas. Cualquier paso en falso, un accidente – Ucrania comparte frontera con cuatro países de la UE - desencadenaría una guerra de proporciones inimaginables.  

¿Podemos ganar una guerra que no podemos batallar? Sabemos que no podemos intervenir directamente porque las potencias nucleares no se pueden atacar. Los beneficios de cualquier intervención nunca superan los costes. El concepto de “destrucción mutua asegurada”, sacado del cajón de la guerra fría, arroja impotencia y frialdad. 

Pero hay otras muchas cosas que podemos y debemos hacer para ganar esta guerra en el largo plazo. Quizás la guerra termine en las próximas semanas. Ucrania es demasiado grande para el ejército de Putin y el odio local contra el invasor será insoportable para una presencia sostenida en el tiempo. Zelenski reconoce que Ucrania no entrará en la OTAN. Pero el pulso de poder con Rusia – y China, que mide cautelosamente sus pasos en este conflicto – definirá este nuevo mundo y debemos estar preparados.

Como resume la analista Judy Dempsey, hay muchas incertidumbres, pero una es clara: Europa no volverá a su zona de confort. La falta de una visión estratégica nos ha traído hasta aquí. De un lado, externalizamos nuestra seguridad a Estados Unidos. Ni siquiera Alemania, ahora en pleno ejercicio de corrección e introspección, cumplía con el 2% de gasto en defensa que manda la OTAN. De otro, nos tomamos a broma la seguridad energética, manteniendo una tóxica alianza gasística con Putin, cuyas intenciones expansionistas son perfectamente conocidas desde la guerra de Georgia en 2008 y la invasión de Crimea en 2014. 

El golpe de timón ahora emprendido traerá fuertes olas. ¿Están los europeos dispuestos a salir de su confort y sacrificarse para preservar nuestro modelo en el nuevo mundo? Los precios de las materias primas están disparados. El riesgo de que Putin cierre la llave del gas – que representa el 40% de la consumición europea - es considerable. Deberíamos romper el vínculo nosotros antes. Conviene no tomarse a broma los comentarios de Josep Borrell para bajar unos grados el termostato en casa. En todo caso, los sacrificios deben estar justamente repartidos.

La solidaridad de los europeos con Ucrania se pondrá a prueba con la necesidad de acoger a la mayor ola de refugiados desde la II Guerra Mundial. Pero hay otra cara de la moneda crucial: no debemos dar a Putin la mínima excusa para alimentar su nacionalismo en casa. Los rusos son también víctimas de este tirano y debemos apoyarles de la forma más inteligente posible. 

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