Artículo de Eva Arderius

No al Hermitage, no a la guerra

La posición de una parte del Gobierno municipal con el museo privado ruso les ha valido el sobrenombre de “Gobierno del no”, pero visto con la ventaja que da el paso del tiempo ha sido un acierto. Algunos 'no' pueden salir bien

Perspectiva aérea sur del proyecto del Museo Hermitage diseñado por el estudio Toyi Ito Estudio & Associates para Barcelona

Perspectiva aérea sur del proyecto del Museo Hermitage diseñado por el estudio Toyi Ito Estudio & Associates para Barcelona / Toyi Ito Estudio & Associates

Eva Arderius

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“Desde Rusia, con amor”. Así se publicita en las redes sociales el restaurante ruso Ekaterina, en el barrio de Sant Antoni de Barcelona. Una frase que ahora cuesta leer. Este local no lo está pasando nada bien. La conversación con su propietaria, Genya, me impresionó. No simpatiza con Putin y sufre la guerra. Ella también se ha convertido en una víctima del conflicto. Desde que empezó, tiene más cancelaciones, más comentarios críticos y malas valoraciones en internet. Para explicitar lo que no haría falta que explicitara, ha colgado carteles en la puerta del restaurante y en las redes sociales dejando constancia de que ella no es cómplice de lo que hace el Gobierno de su país. La comunidad rusa, o al menos la que no sintoniza con Putin, lo está pasando realmente mal. Tiene que dar demasiadas explicaciones. “Decir que eres rusa genera cierta tensión” me decía el otro día Yulia Talarn, una traductora rusa que hace años que vive en Barcelona.

Hay que separar Rusia de Putin. Lo hemos escuchado y nos lo hemos repetido mucho, últimamente. Pero estos días, repasando los símbolos rusos que tenemos en Barcelona he pensado: ¿qué habría pasado si el proyecto del museo del Hermitage hubiera salido adelante? ¿Qué habría pasado si hubieran empezado las obras? Probablemente, cada semana, tendríamos allí protestas contra la guerra (a falta de una gran manifestación que, más allá de una concentración en Plaça de Catalunya, sorprendentemente no se ha hecho) o habrían aparecido pintadas rusofóbicas o quizás se habría parado todo por el conflicto. Y peor todavía, ¿qué habría pasado si todo se hubiera acelerado y el museo se inaugurara las próximas semanas? ¿Quién habría ido? El acto se hubiera convertido en un debate público sobre si hay que darle la espalda a una institución rusa, aunque sea cultural, y en una situación muy incómoda para todos.

En estos momentos, una delegación del Hermitage en Barcelona, con todos los matices del mundo que se le quieran poner, se habría convertido más en un lio monumental que en una oportunidad para la ciudad. Incluso los más convencidos se deben sentir aliviados porque la operación se haya parado. El Hermitage podría haber sido un símbolo, una especie de embajada rusa en el Port de Barcelona, muy cerca de otro punto que estos días también ha generado debate y recelo, el Port Vell, donde hay atracados, o había, tres grandes yates de magnates rusos. Unos barcos que han empezado a buscar lugares más 'seguros' antes que alguien pueda expropiarlos. De momento, el Port Vell ya ha aclarado que no tiene manera de hacerlo.

Es verdad que la cultura en tiempos de guerra puede ser un buen puente para la paz. Hace unos días, el teniente de alcalde de Cultura, Jordi Martí, envió una carta a los equipamientos de Barcelona para que no veten artistas rusos por su nacionalidad, con la “única exigencia de la condena de la guerra y la defensa de la paz”. La pregunta es si un emblema de la cultura rusa como la marca Hermitage podría haberse podido distanciar del Gobierno de Putin, desmarcarse de la guerra y convertirse en un símbolo pacifista.

Es verdad que justificar el 'no' a un nuevo museo en la ciudad ha costado y ha sido difícil de 'vender' y de entender, a veces los argumentos han sido poco sólidos. La posición de una parte del Gobierno municipal (los 'comuns') con este museo privado les ha valido el sobrenombre del “Gobierno del no” pero, ahora mismo, visto con la ventaja que da el paso del tiempo, ha sido un acierto. Algunos 'no' pueden salir bien. Vale la pena tenerlo en cuenta. A veces decir 'no' cuesta tanto como decir 'sí' a propuestas que no convencen del todo o que van acompañadas de cifras económicas poco rigurosas y que cuestan de creer. Pero la ciudad es un millón de cosas y no siempre pueden sintonizar del todo con los ideales y los intereses del gobierno. Ahora tenemos un ejemplo de ello: la candidatura de la Copa América de Vela. que se podría celebrar en Barcelona en 2024. Competimos con ciudades como Málaga (que también ha sonado para ser sede del Hermitage). Según el primer teniente de alcalde, Jaume Collboni, este evento deportivo viene acompañado de una lluvia de millones, “es como diez veces el Mobile”. A la candidatura de la vela se le ha dado el OK, seguro que con algún recelo. Esperemos que este 'sí' le salga tan bien a Barcelona como el 'no' del Hermitage.

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