Artículo de Georgina Higueras

Evitar una escalada de la guerra

Si la UE pretende consolidarse como poder geopolítico en el emergente mundo multipolar no puede dilatar por más tiempo la construcción de una arquitectura de seguridad en la que Rusia esté integrada

Rusia recrudece su ofensiva pese a los intentos de negociación

Rusia recrudece su ofensiva pese a los intentos de negociación

Georgina Higueras

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Con la invasión de Ucrania, Vladimir Putin ha colocado al mundo a un paso del abismo, tan cerca del horror nuclear como la crisis de los misiles de 1962. No hay mayor urgencia que evitar una escalada y todos los esfuerzos deben concentrarse en ese empeño, que requiere un alto el fuego inmediato. 

Ucranianos y rusos lograron el lunes permanecer sentados en la mesa de negociación durante cuatro horas, un mínimo paso esperanzador (las delegaciones son de bajo nivel) de que Moscú y Kíev han comenzado a mirar a la posguerra para poner fin a esta contienda injustificada y salvaje desatada por Putin. Lo primero es que callen las armas para que dejen de morir civiles inocentes, al tiempo que se elabora el plan de retirada de las tropas rusas. 

La consecución de un acuerdo de paz dependerá de que siendo Rusia, como es, el agresor injustificable, Occidente reconozca que ha cometido errores, algunos de los cuales hay que corregir para conseguir que sanen las heridas que han violentado la convivencia. El mayor de todos es la insistencia hipócrita en invitar a Ucrania a formar parte de la OTAN, una organización de seguridad que, como es de suponer, no iba a aceptar un socio que aportase mayormente inseguridad. Para el profesor de la universidad de Chicago John Mearsheimer, “la expansión imprudente de la OTAN es lo que ha provocado a Rusia”.

Dice Fred Kaplan, autor de varios libros de estrategia militar, que incluso los más ardientes defensores de que la Alianza Atlántica absorbiera Europa del Este después de la implosión de la URSS “se dieron cuenta de que había límites, y uno de esos límites era Ucrania”. Para Rusia, la neutralidad de Ucrania es una cuestión tan existencial como para EEUU una Cuba libre de armas nucleares. En 1962, fue Jruschov quien ofreció en secreto a Kennedy retirar los misiles de medio alcance instalados en la isla caribeña a cambio de que EEUU se comprometiera a no invadir Cuba y a desmantelar los misiles balísticos instalados en Turquía. Kennedy lo aceptó con el compromiso de que el trato no se hiciera público en seis meses, es decir, cuando procedió al desmantelamiento del arsenal. Ahora le toca a EEUU arreglar el entuerto. Ucrania, como entonces Cuba, son solo escenarios del pulso entre los dos titanes nucleares.

Es de esperar que la determinación y el coraje con que los ucranianos han plantado cara al oso ruso y su heroica resistencia hayan hecho reflexionar a Moscú sobre la imposibilidad de convertir Ucrania en un Estado títere. Rusia, además, no puede ni militar ni económicamente ocupar un país que tiene más de 600.000 kilómetros cuadrados y 44 millones de habitantes. La negociación, por tanto, debe salvaguardar al máximo los intereses vitales de Ucrania.

Occidente tiene la obligación moral de reconstruir Ucrania y respaldar la negociación, para lo que tendrá que levantar las sanciones económicas, que facilitarán la retirada de las tropas rusas y la firma de un acuerdo de paz. A Europa, principalmente, no le interesa tener un vecino que sea un Estado fallido o un paria internacional. Nadie se puede rasgar las vestiduras y apuntar con el dedo a los oligarcas como cómplices de Putin, porque Occidente también es cómplice de hospedar y engrandecer unas fortunas ganadas de forma bastante sospechosa. 

Negociar significa estar dispuesto a hacer concesiones que, sin duda, van a ser dolorosas, pero es la única vía capaz de sentar las bases de la paz y la coexistencia pacífica. Si la UE pretende consolidarse como poder geopolítico en el emergente mundo multipolar no puede dilatar por más tiempo la construcción de una arquitectura de seguridad en la que Rusia esté integrada. Bruselas debería aprovechar esta tragedia para sacar músculo y defender sus propios intereses, no siempre coincidentes con los de Washington, aunque a primera vista la invasión de Ucrania haya descabezado la incipiente “autonomía estratégica” europea. 

Occidente tendrá que tragar la amarga píldora de su torpeza y aceptar oficialmente que “Ucrania ha perdido Crimea y no puede recuperarla, como Serbia no puede recuperar Kosovo”, afirma Anatol Lieven, profesor principal del Instituto Quincy, financiado por George Soros y la Fundación Koch. De igual manera, los territorios del Donbás reconocidos como independientes por Rusia no volverán a Ucrania

Por encima de todo, lo más costoso es negociar con Putin, aunque quizás sea el que salga más tocado. A Jruschov le destituyeron en 1964 por provocar la crisis de los misiles, generar caos interno y acumular demasiado poder. 

Suscríbete para seguir leyendo